Crónicas de Titirimurcia

Terminaremos gruñendo

La evolución del lenguaje manifiesta una clara tendencia hacia la simplicidad más obscena, convirtiendo nuestro idioma en un sistema de comunicación más adecuado para algunas especies animales que para la raza humana

La influencer Dulceida

La influencer Dulceida / Daniel González / EFE

Antonio López

Antonio López

Últimamente me está sucediendo algo muy extraño. Cuando veo la televisión, una gran parte de la gente joven que sale utiliza palabras que no entiendo. No sé si es que estoy empezando a chochear o es que el castellano está dejando de ser la lengua con la que aprendí a leer, hace ya unos cuantos años.

Desde que Internet entró en nuestras vidas, y como consecuencia los teléfonos móviles se convirtieron en el medio habitual de comunicación entre las personas, el idioma ha ido degenerando de una manera increíble. Las nuevas generaciones de usuarios, bastante limitados en vocabulario, y aún más en conocimientos ortográficos, escriben sus mensajes y WhatsApp alterando las palabras y sustituyendo unas letras por otras, iniciando una nueva manera de comunicarse por medio de una escritura sin reglas ortográficas, con palabras ininteligibles y construcciones de frases imposibles de comprender para alguien con una mínima formación académica tradicional.

La evolución del lenguaje manifiesta una clara tendencia hacia la simplicidad más obscena, las palabras polisílabas están desapareciendo en detrimento de monosílabos cada vez más frecuentes e incluso onomatopeyas, convirtiendo nuestro idioma en un sistema de comunicación más adecuado para algunas especies animales que para la raza humana. Si esto continúa así, es muy probable que en unos cuantos años terminemos emitiendo gruñidos en lugar de pronunciar palabras.

En el otro extremo de esta más que cuestionable progresión, encontramos una, cada vez más amplia, colección de nuevos términos para definir nuevas cosas, algunos en inglés, otros en spanglish, otros mezcla de latino, spanglish y ni se sabe, palabras muy utilizadas por los reguetoneros en sus infames composiciones musicales que tanto éxito tienen en nuestro país. Es curioso cómo hemos pasado de exportar folclóricas a Sudamérica a importar unos lamentables productos procedentes de una subcultura pandillera y hortera: Maluma, Bad Bunny, Rauw Alejandro, Daddy Yankee y otros muchos, son un claro ejemplo de esta aberración interracial.

El tercer bloque de palabras que nos están invadiendo, y esas no las entiende ni Dios, llegaron con Internet y las nuevas ocupaciones derivadas de las redes sociales. Los ‘influencers’, que son los personajes que controlan el cotarro, colgando en sus páginas todo tipo de gilipolleces y cobrando por ellas, están creando un nuevo idioma mezcla de pijo, inglés y choni. Entre esas grandes celebridades de Instagram encontramos a María Pombo, Georgina Rodríguez, Dulceida, Laura Escanes, Pelayo Díaz y una interminable lista de protagonistas del postureo y de un famoseo estereotipado, por el que pierden la cabeza miles y miles de admiradores, ahora ‘followers’, mientras otros tantos los odian, ‘haters’. Y entre amores y odios se están haciendo de oro, las marcas comerciales les pagan fortunas por sacar sus zapatos y bolsos, hasta el punto que el Ministerio de Hacienda ha elaborado una legislación a su medida para desplumarlos lo antes posible.

Esta semana he apuntado algunas de las palabras que usan frecuentemente en sus ‘posts’: ‘crowdfunding’, ‘reality show’, ‘brand’, ‘coach’, ‘trending topic’, ‘celebrity’, ‘spoiler’, ‘workshop’, ‘algoritmo’, ‘blogger’, ‘hashtag’, ‘podcast’, ‘retweet, etc.

Todo está cambiando demasiado rápido, aunque lo he intentado, no llego a comprender la mayor parte de esta pseudo modernidad mal entendida. Si yo hubiera planteado a mis padres que quería ser influencer, me habrían reventado la cara de un guantazo, con mucho esfuerzo me dejaron estudiar Bellas Artes, y eso que no era una carrera muy seria, qué error, si me llegan a contar esto hace treinta años no lo hubiese creído.

Lo más triste de todo esto es que estamos dejando de comunicarnos de verdad, lo hacemos a través de máquinas que, cada vez más, están sustituyendo la realidad por una ficción virtual. En poco tiempo la inteligencia artificial sustituirá la mayor parte de nuestras funciones, de momento la gente más joven apenas sabe hablar y de su exiguo vocabulario no podemos comprender la mitad de sus palabras, el resto son onomatopeyas, anglicismos y gruñidos.

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