Limón&Vinagre

Xavi Hernández, la elegancia de un adiós

Xavi, en la banda del Estadi Olímpic durante el último partido contra el Villarreal.

Xavi, en la banda del Estadi Olímpic durante el último partido contra el Villarreal. / Jordi Cotrina

Josep Cuní

¿Calidad del juego o resultado? Es el falso debate futbolístico que tanto gusta a una parte de la afición culé. Aquella que confronta el consuelo de las triangulaciones con la pena del marcador. Y cuando el final de temporada arroja una posición peor a la deseada apela al dominio del balón para augurar que la próxima será imparable. Tan viejo como sabido, tan ingenuo como ineficaz en tiempos de cambio. 

Es lo que tiene vivir de recuerdos, que la nostalgia altera la percepción y la ucronía -aquello que pudo haber sido y no fue- confunde la realidad.

Pero esto también forma parte de la esencia de un club que sigue a la deriva en todos los sentidos buscando desesperadamente un norte que se resiste, un juego que intranquiliza y un gol que escasea. Lo demostró la pírrica victoria del miércoles frente a Osasuna, pero celebrando el gol de Vitor Roque como si Messi hubiera regresado y ya no hubiera un mañana. Pero lo hay. Y está ahí marcado por una duda razonable: ¿será como lo espera el socio o como lo diseñarán los prestamistas?

Incógnitas

Más incógnitas a despejar por parte de una junta directiva que hace creer tenerlo todo bajo control mientras las evidencias la desmienten a diario. 

Otro de los tópicos del fútbol es que suele ganarse el partido siguiente al cambio radical de entrenador. A tal casuística esta semana se le puede añadir que lo mismo sucede tras el anuncio del técnico de marcharse a final de temporada… cuatro meses antes. Tesis que avalaría el resultado del miércoles.  

Xavi Hernández Creus (Terrassa, 25 de enero de 1980) es de los que lo piensa. Su decisión restó presión al equipo y este reaccionó, dijo. Y así se sintió aliviada aquella gran estrella a la que las circunstancias rebajaron luminosidad cuando pasó de dirigir el juego sobre el césped a hacerlo desde el banquillo. Atrás quedaron 17 temporadas, 767 partidos oficiales, 85 goles, 25 títulos y 32 trofeos. Un referente. También los días de peregrinaje de los medios a Qatar para conmemorar grandes efemérides y evocar la gloria que ahora algunos le niegan. 

Se lamenta Xavi de que el Barça es cruel. Que puede hacerle sentir que no vale como entrenador. Que así también lo entienden Guardiola, Valverde o Luis Enrique. Y que esto no pasa en ningún otro club. 

Nada nuevo bajo el sol de la Catalunya real. Y es en este fatídico espejo del país con el club y viceversa donde aflora lo mejor y lo peor de una tierra que queriéndose referente sucumbe a sus demonios. Que necesita saltar del seny a la rauxa sin solución de continuidad y donde en tiempos de turbulencias aparecen los salvadores que buscan mudanzas haciéndose un lugar al grito de «pit i collons». La antítesis de Xavi Hernández. 

Incomodidad

La discreción del egarense tampoco le permite sentirse cómodo al lado de los reventaires profesionales que estos días alardean de frenar la amnistía a la que ellos mismos aspiran. Por su carrera y su constancia, por su esfuerzo y su dedicación, el hombre familiar, el compañero incondicional y el trabajador leal ha de sentirse incómodo entre tanto despropósito. 

Se le podría objetar que sorprende que se sorprenda y quizás por eso ha decidido marcharse con tiempo y elegancia. Para sentirse liberado, sí, pero sobre todo para hacerle el enésimo favor al club al que tanto ha dado. 

Esta sí es muestra de fidelidad. 

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