Retratos

De músicas y destinos

José Daniel Espejo.

José Daniel Espejo.

Juan Ballester

Solemos vivir en una especie de mundo diseñado y continuamente readaptado a nuestra medida. En esa tarea -una tarea que, claro, dura toda una vida- siempre intentamos llegar a una meta, a una especie de estadio ideal en el que la felicidad sea nuestra constante vital. Pero, ¿acaso la felicidad no se trata, también, de algo construido?, es decir, ¿de algo cuya sustancia varía de unos a otros como la noche y el día? Entonces, si nuestro fin principal es la felicidad y ésta es una experiencia subjetiva, ¿qué es lo que nos queda de común a los humanos más allá de esa búsqueda programada hacia el placer? ¿qué sustancia inmaterial nos podría unificar a todos de forma natural? 

En definitiva, ¿qué nos define realmente, independientemente de gustos, modas, éxitos, identidades y demás circunstancias materiales, sociales o morales? Pues creo que lo más hondo que nos caracteriza es el sentido del compás, del ritmo, del sentimiento musical, de ahí que sea a través de lo poético, a través de esa especie de ‘música callada’ y ‘soledad sonora’ -como escribiera San Juan de la Cruz-, desde donde todos podemos percibir como un eco de nuestra génesis más original.

Viene a cuento este largo y creo que algo enrevesado preámbulo, para intentar ‘retratar’ con palabras a Joseda -al poeta José Daniel Espejo-, autor del libro Los lagos de Norteamérica. Aún no conocía personalmente al autor cuando leí este libro, cosa de la que finalmente me alegré porque, de haber sido al revés, es decir, de haberlo conocido antes de saber de su obra, quizá no la habría leído nunca. Me explico: Solemos tener el prejuicio de que, cuanto mejor y más profunda es una obra, igual o mayor será la apariencia intelectual de su autor y viceversa. Claro, resulta que en Joseda no se cumple ese prejuicio. Y no es que no tenga una profundidad; es, simplemente, que no la ejerce, que no la explota; es más, creo que hasta la oculta voluntariamente dentro de ese otro lado más superficial, o más natural, de la vida cotidiana. 

Joseda aparenta ser un hombre común, como un padre más, un comerciante de barrio… hasta un político al uso, de esos que ahora se estilan con sus consabidas consignas y soflamas políticas. O sea, todo muy corriente y al alcance de cualquiera, pero, de repente y como organizado por los azarosos designios del destino, resulta que esa persona -y solo ella- ha sido la escogida para cantarnos la vida, para deleitarnos con su música, esa que todos conocemos pero que muy pocos son los elegidos para saber interpretar.

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