La balanza inmóvil

La Candelaria, San Blas y Santo Tomás

A la purificación de la Virgen Candelaria, al milagroso San Blas y a Santo Tomás de Aquino invoco en estos días para que a Puigdemont no le dé por exigir que los jueces seamos desprovistos de nuestra carrera y nos convirtamos en sumisos servidores de las pretensiones de delincuentes

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Hoy y mañana pienso celebrar los días de las velas. Hoy, por la Candelaria, conmemorando los cuarenta días siguientes al nacimiento de Jesús. Mañana, San Blas, para que esa pareja de velas bendecidas y atadas en forma de cruz las coloque un sacerdote de la iglesia de Santa Eulalia en mi garganta, para librarme de todo mal, al menos por esa zona. Estas tradiciones, religioso-festivas, como todas, no pueden ni olvidarse ni pasar de moda. ¿Qué sería de nosotros si no mantuviésemos la fe en lo intangible? Pues seriamos como Santo Tomás de Aquino -otro santo que por estos días nos ha visitado cada año- que hasta que no metió sus manos dentro de las llagas del Maestro, no creyó en su resurrección. Por eso, para tener fe, me colocaré las velas de la esperanza de ver pronto la sensatez de nuestros gobernantes, pues van por fin a respetar el Estado de Derecho. Dicen las encuestas -no las de Tezanos, que ya se sabe lo que van a decir en cada caso, al igual que el fiscal general del Estado- sino de diversas universidades internacionales (australiana, americana e irlandesa) que afirman que el 82% de jueces (el 18% restante deben estar de baja o de vacaciones) consideran que el Gobierno les ha perdido el respeto, y más de la mitad están preocupados por su independencia.

Esas encuestas (que, por cierto, también se refieren a las nuevas tecnologías, que son bien acogidas por el 67%, siempre y cuando funcionen bien, lo que no es mucho pedir) ponen de relieve que esa desconfianza de los jueces se debe principalmente a dos razones; una, la ley de amnistía, que supone que el delito no ha existido, que las sentencias fueron falaces y que como si hubiese anteriormente una dictadura se han aplicado leyes antidemocráticas y tiranas. La segunda razón no es otra que la posible creación de comisiones de investigación de las actuaciones del tercer poder del Estado, por parte del Congreso de los Diputados. Como verán, motivos no le faltan (no nos faltan) a los jueces para estar mosqueados por su (mi) independencia y por la posible caída al vacío, sin arnés ni red, del Estado de Derecho. No es posible gobernar, legislar y juzgar a la vez por un único poder, que encima, en este caso, no es ni siquiera el nacido de las urnas, sino de pactos con partidos que les importa España menos que a los indios osage.

No creo, y por eso me pongo las velas, que al final la amnistía llegue a los terroristas buenos. Primero, porque no existen terroristas buenos ni malos, todos los son de esta segunda clase. Y segundo, porque ya la bajada de pantalones sería de tanto calibre que se enredarían entre los tobillos y se caerían al suelo, que es lo más probable que suceda. Como tampoco creo que al final los políticos enjuicien a los jueces, sino que se trató de otra promesa o concesión irrealizable, pero que en su momento sirvió para no tener que desalojar los bártulos de la Moncloa. Si es verdad que hay gente que nace con una flor en el trasero, Sánchez tiene todo un parterre, huerto o bancal lleno de amapolas, lirios y tulipanes en ese lugar corporal. Claro, que la vida de una flor no es eterna -y esa esperanza es la que mantiene en pie a los no independentistas- porque antes o después se marchita y es barrida dentro de una urna. El primer pétalo ya se le cayó el pasado martes con la ley de amnistía, gracias al huido.

A la purificación de la Virgen Candelaria después del parto. Al milagroso San Blas, que salvó a un niño del ahogo que le produjo una espina de pescado clavada en su garganta. Y a Santo Tomás de Aquino, jurista que mantuvo la superioridad de las verdades de la teología respecto a las racionales, invoco en estos días para que a Puigdemont no le dé por exigir que los jueces seamos desprovistos de nuestra carrera y nos convirtamos en sumisos servidores, no de la ley, sino de las pretensiones de delincuentes (reales unos, presuntos otros). 

Si fuera así, Virgen y Santos referidos, no permitáis que la ambición de unos haga claudicar a un país como el nuestro, que tiene una gloriosa tradición en el mundo, por sus conquistas y poder, y una trayectoria, desde hace más de cuarenta años, de una democracia consolidada.

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