El prisma

¿Habrá trasvases para todos o solo para Cataluña?: Solución absurda

Uno no sabe cómo aún hay quien osa proponer nuevas transferencias de agua entre cuencas sin que la mitad del país se rule de la risa y la otra mitad gire la punta del dedo índice sobre la sien

Tuberías del Trasvase Tajo-Segura

Tuberías del Trasvase Tajo-Segura / EFE

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Si alguna propuesta ha sido políticamente divisiva es la de realizar nuevos trasvases. Basta recordar las llamadas ‘guerras del agua’, desatadas a cuenta de pretendidas ampliaciones y no menos pretendidos recortes del caudal del Tajo-Segura. O las otras surgidas de la aspiración del irredentismo trasvasista para conseguir uno nuevo al Segura desde el Ebro.

La situación de sequía extrema pone de actualidad un envío de agua del Bajo Ebro a Cataluña, autonomía que más padece, aparentemente, la carencia hídrica ahora. La derecha catalana, fiel a su pasado reciente y a su cultura política, en vez de plantear soluciones ambientales sostenibles para la crisis climática, desencadenante de la escasez, plantea una salida obsoleta técnicamente e inviable económicamente. Pujol ya quiso uno del Ródano.

Nada sorprendentemente, quienes primero se declararon contra el envío de agua del Ebro a Cataluña han sido los propios catalanes del sur, puesto que sería del curso bajo del río de donde saldrían los caudales para las comarcas más al norte. Aragón, gobernada por el PP, también está en radical desacuerdo.

Se repiten miméticamente los resultados de la pretensión del Gobierno murciano del presidente Valcárcel, apoyado por José María Aznar y Mariano Rajoy, de un trasvase del Ebro al Segura. Aquella guerra del agua, que ya existía porque en Castilla-La Mancha veían disminuir desde los 90 del pasado siglo el caudal del Tajo, terminó abruptamente con la victoria de Rodríguez Zapatero en las urnas.

Desde entonces, la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, comenzó a impulsar las desaladoras para contrarrestar los efectos del cambio climático, que aún no era crisis ni emergencia. Los travasistas irredentos, especialmente el SCRATS surestino, anatematizaron a la ministra y a las desaladoras. Luego, el PP murciano quiso conseguir agua para el negocio inmobiliario y vino el fiasco de Escombreras, desaladora por la que, gracias a Valcárcel y a Cerdá, Murcia ha de pagar a la ACS de Florentino Pérez el quíntuple de su coste real.

Con estos precedentes, uno no sabe cómo aún hay quien osa proponer nuevas transferencias de agua entre cuencas sin que la mitad del país se rule de la risa y la otra mitad gire la punta del dedo índice sobre la sien. Esos proponentes aparentan también desconocer –la memoria es corta cuando interesa– que la actual responsable del Miteco, Teresa Ribera, fue miembra destacada del equipo de la denostada Narbona. A ver si la convencen.

Casualmente, el primero en tirarse a la piscina vacía apoyando el trasvase a Cataluña desde el Ebro ha sido el presidente López Miras, enfrentándose a su conmilitón Jorge Azcón, preboste de Aragón. Feijóo, mirando. Nadie parece interesado en hablar de otras soluciones más sostenibles y baratas a largo plazo. Desde luego, la de los barcos-cisterna es la más cara y cortoplacista. ¿Desaladoras? ¡Vade retro! Lo que sea ha de ser con hormigón, ladrillo y energía impulsora.

Agua habrá cada vez menos. Apostaría doble contra sencillo que la solución absurda trasvasista dará poco que hablar. Ganas de volver a perder tiempo. 

Mejor harían contribuyendo de verdad a equilibrar la financiación autonómica estatal, sin posturas torticeras. Pero, si lo consiguieran, más de uno, en Murcia o Andalucía, se quedaría sin excusa para justificar las desastrosas cuentas autonómicas producto de la mala gestión.

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