El Prisma

La nueva contaminación de las costas gallegas | Del Prestige a las bolitas de plástico. Aquellos hilillos trajeron estos polímeros

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

La insensibilidad medioambiental de muchos responsables políticos y de no menos empresas tiene un nuevo capítulo con el contenedor de pellets perdidos por el buque ‘Tocanao’ en aguas de Portugal y que tomó tierra en las costas del norte español. Otro episodio más que remarca el vertedero en que los avances desmedidos de la era antropocénica han convertido los mares.

Falta por oír, lo que sería el colmo, la justificación de que con 170 billones de toneladas de partículas plásticas esparcidas en todos los mares este último caso de contaminación no pasa del nivel de anécdota. Pero esa falacia quedaría inmediatamente desautorizada por el hecho de que muestra bien a las claras la despreocupación ambiental con la que se manejan no pocos de los prebostes que gobiernan determinados territorios.

No hay más que recordar el irresuelto ecocidio del Mar Menor, la desecación de los acuíferos de Doñana, el agostamiento de las lagunas de Ruidera, las amenazas sobre la Albufera valenciana y tantos otros episodios, ceñidos exclusivamente al capítulo de la esquilmación hidrológica, sobre la que los ciudadanos se han acostumbrado a leer u oír.

¿Cómo es posible que, desde el 3 de diciembre en que cayó el contenedor al mar y el 13 de ese mes en que fueron detectados los pellets en playas de la Ría de Muros y Noia, con avisos a las emergencias gallegas, hasta el 8 no reaccionara la Xunta poniendo en marcha el Plan Camgal que sirve para hacer frente a episodios de contaminación marina? ¿Cómo es posible que la misma Xunta retrasara hasta el 9 de enero declarar el nivel 2 de alarma que la facultaba para pedir ayuda al gobierno estatal? ¿Y que solo lo hiciera al día siguiente de que Asturias, mucho menos afectada por los pellets, declarara ese nivel de emergencia?

En muchos lugares, los ciudadanos se asombran ante esas preguntas sin respuesta plausible. Pero no en la Región de Murcia, donde se ha contemplado desde hace al menos tres décadas la contaminación creciente, impía e inmisericorde de una antigua joya ambiental como el Mar Menor sin que las autoridades no solo se dieran por aludidas, sino que además algún aparente responsable de Agricultura y Medio Ambiente se tomara a chacota el asunto.

Volviendo a la otra punta de España, es decir, a Galicia, hay que notar que los mandamases gallegos de ahora parecen educados en la escuela Rajoy, mirando para otra parte hasta que el globo de plástico les estalla en la cara, como el citado único político perdedor de una moción de censura —por corrupción— aseguraba, siendo vicepresidente del Gobierno Aznar y refiriéndose al desastre del Prestige, que se trataba de "unos hilillos solidificados con aspecto de plastilina".

No parece que a nivel oficial determinados sectores hayan aprendido nada. No parece tampoco que tengan la mínima sensibilidad para aprender de cómo la sociedad civil se ha movilizado inmediatamente —como ha vuelto a pasar en Galicia— frente al desastre ambiental.

Ni siquiera quieren tomar nota de que buena parte del mal que azota los océanos reside en el descontrol del tráfico marítimo, con banderas de conveniencia, empresas armadoras radicadas en paraísos fiscales que sirven de testaferros o pantallas de otras igualmente establecidas en territorios de laxísima fiscalidad, desconocedores de una mínima rendición transparente de cuentas, con pésimas condiciones laborales de los tripulantes y buques con navegabilidad más que discutible.

El libre comercio está por encima de todo. Y por esa regla de tres, los poderes mundiales se afanan en represaliar a los hutíes yemeníes por sus ataques a barcos mercantes en Bab el Mandeb mientras son indiferentes al crecimiento y desmanes de todo tipo que ocurren bajo esas banderas de conveniencia, enarboladas sobre probablemente más de la mitad de los cargueros que surcan los mares. Seguirá habiendo Prestiges y Tocanaos: aquellos hilillos trajeron estos polímeros.

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