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Portugal, Bem. Obrigado

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

 Escribo esta última columna de la semana, que dedico siempre a expriencias personales, presentes o pasadas, sentado en la habitación del Pestana Palace de Lisboa, un hotel cargado de historia y representativo del pasado glorioso del país y de la ciudad donde está enclavado. Aquí, rodeado de americanos exhibiendo ostentosamente sus costumbres despilfarradoras mediante propinas desproporcionadas, contemplo el puente sobre el Tajo, que llega aquí al final de su tortuoso recorrido por tierras españolas y portuguesas.

Por lo demás, no había tomado conciencia de que nos encontramos en un período preelectoral, como advierten las fotos de los candidatos diseminadas por todos lados unidas al logotipo de su correspondiente partido. Todo apunta a que Antonio Costa, presidente socialista del Gobierno hasta que dimitió por una rocambolesca operación en la que se filtraron aparentes signos de corrupción de personas de su entorno y que ni los más avezados analistas acaban de dilucidar, repetirá en la presidencia. Esta vez, sin embargo, se prevé que no tenga la mayoría absoluta de la que su partido gozó en la pasada legislatura, y se verá obligado a pactar con el Bloco d’Ezquerda, un invento parecido a nuestro Sumar (o más bien a la inversa, por precedencia temporal) y con el histórico y contumaz Partido Comunista. 

La historia política de Portugal continuará así de forma parela a la de España como en los últimos cien años, aunque con matices importantes y características que nos separan y diferencian. España se salvó gracias a Mariano Rajoy y a una intervención radical de su sistema financiero de los hombres de negro que tomaron el control total de las finanzas del Estado portugués en el año 2011. A partir de ahí, un régimen de reformas durísimas arregló problemas endémicos de la economía portuguesa, lo que ha permitido impulsar al país por la senda de un crecimiento estable y sostenido en los últimos años. Lo que no le libra, como en el caso de España, de hundirse cada vez más en los ranking mundiales de riqueza per cápita.

Portugal, por otra parte, no es un país para jóvenes, que cada vez emigran más rápido en cuanto consiguen su título universitario. Palabra de mi amigo Jorge García, un lisboeta que sufre el fenómeno en su propia familia.

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