Café con Moka
La palabra
Si había algún escritor al que, como se dice popularmente, ‘le tenía ganas’ era, sin lugar a dudas, al jienense Antonio Muñoz Molina. Nunca había sostenido un libro suyo entre mis manos, pero los artículos y las entrevistas que había podido leer me confirmaban ya que éste iba a ser un ejercicio placentero. Había en sus afirmaciones una sensatez abrumadora, un compromiso social patente, y una humildad admirable en sus formas.
El discurso que pronunció en 2013 con motivo del Premio Príncipe de Asturias terminó por cautivarme. Esa forma tan sencilla, sin ostentaciones ni vanidades, y a la vez tan delicada de referirse al «oficio» de la escritura y a esa vida y existencia independiente que adquieren las creaciones integrándose en las vidas de los destinatarios.
Cuántas veces he sentido que algunos textos son tan míos –al leerlos y releerlos– como algún día lo fueron de García Márquez, Víctor Hugo o Tolstói.
Pues bien, pese a esa admiración, que me despiertan todos aquellos que saben historias y saben contarlas, no había encontrado la oportunidad de leerlo hasta hace unas semanas. Con un escritor tan prolífico me resulto complicado decidirme, así que me decanté por empezar por el último: No te veré morir. Aunque había consultado reseñas de algunas de sus mejores obras, arriesgué.
Sin ánimo de hacer ‘spoiler’ diré que el primer capítulo es una de las cosas más exquisitas que he leído en los últimos tiempos. Y, aunque aún no lo he terminado –mis muchas obligaciones como madre me lo dificultan–, lo estoy disfrutando por su descripción casi cinematográfica, por su realismo nada vulgar, por su sencillez y su encanto en las formas y por su indiscutible elegancia en el lenguaje.
Precisamente estos días, también, ojeaba una entrevista a la escritora chilena Adriana Valdés que, con una lucidez admirable a sus 80 años, sentenciaba que «estamos todos hablando como delincuentes», por lo que agradecía –más aún– la distinción y el gusto en el tono de Muñoz Molina.
Todo esto para apuntar que, entre las muchas ideas y frases que voy subrayando en la novela, leía sobre el compromiso o el sentimiento de deuda que sentía un padre con su hijo por haberlo concebido en semejante escenario –parte de la novela está ambientada en la Guerra Civil Española–; y me sentía ciertamente identificada, ya que por momentos me preocupo y avergüenzo, a la par, del mundo que hemos construido para ellos. Será por eso, quizá, que, también como recogía en su intervención de hace 10 años, les escribo an mis hijos para intentar enmendar los errores y embellecer todo esto con la palabra.
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