Luces de la ciudad

Una generación por descubrir

Con el paso del tiempo, cuando la inconsciencia comienza a transformarse en conciencia y la ignorancia va dejando espacio al conocimiento, descubrí hasta qué punto estos acontecimientos, aparentemente ajenos a mi existencia en su momento, habían influido o estaban influyendo en mi forma de afrontar la vida

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Por esas cosas de la vida, hace unos días cayó en mis manos, mejor dicho, me enviaron al móvil, una fotografía de la que desconocía su existencia. En ella aparecemos catorce niños posando ante la cámara, vestidos con la equipación deportiva del colegio y una pelota de baloncesto. Era 1970 y ha pasado más de medio siglo desde aquella instantánea. A pesar de haberles perdido la pista hace muchos años a la mitad de los retratados, me conmueve volver a recordarlos a todos y me reconforta pensar que alguna vez tuve nueve años.

Una edad aquella, a las puertas de comenzar mi transición a la adolescencia, pero envuelto aún en la inconsciencia que te otorga la ignorancia, mis preocupaciones básicas se resumían en estar el máximo tiempo posible con mis amigos jugando en la calle, ver mi serie favorita de dibujos animados por televisión, comprar el último número de mi cómic preferido antes de que se agotara en el quiosco o rezar para que ese día no hubiera lentejas para comer.

Comenzaban los 70, siguiendo la estela dejada por importantes acontecimientos políticos y sociales ocurridos a finales de la década anterior: las protestas estudiantiles de mayo de 1968 en Francia, en contra del capitalismo, el imperialismo y el autoritarismo, y en favor de una mayor democracia y de reformas educativas; la primavera de Praga, un periodo de liberación política en Checoslovaquia como consecuencia de una protesta masiva de estudiantes e intelectuales; los primeros pasos en la superficie lunar de Neil Armstrong y su conocida frase: «Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad»; o el festival de Woodstock, probablemente, el principio del fin del movimiento ‘hippie’, movimiento libertario y pacifista, inmerso en la espiritualidad, la marihuana, los alucinógenos y el amor libre. Aún escucho con enorme placer a Janis Joplin (de hecho, suena de fondo mientras escribo este artículo), porque hasta donde mi memoria musical alcanza, nunca he dejado de escucharla, a pesar de que en casa mi padre era más de Chopin y mi madre de Rafael.

Con el paso del tiempo, cuando la inconsciencia comienza a transformarse en conciencia y la ignorancia va dejando espacio al conocimiento, descubrí hasta qué punto estos acontecimientos, aparentemente ajenos a mi existencia en su momento, habían influido o estaban influyendo en mi forma de afrontar la vida, en mis convicciones o en mis ideales. Me gusta pensar que gracias a ellos, y a otros muchos que fueron sumándose con los años, no me haya convertido en un viejo huraño y gruñón de carácter agrio, con una visión obsoleta de la vida. O al menos, eso espero.

Pero ahora, son otros los que tienen nueve años, entre ellos Flavio, mi nieto mayor. Miro una de las fotografías en la que está con su equipo de fútbol del colegio, y parece que no ha pasado el tiempo. Todo sigue igual: un grupo de amigos, de compañeros, posan para la posteridad con la inocencia propia de la edad. Y me pregunto de qué manera, en su camino hacia la adolescencia y en su despertar intelectual, influirán en ellos los nuevos movimientos sociales y contraculturales, la lucha medioambiental, la defensa de los derechos LGTBI, los movimientos antiglobalización…, o las nuevas tendencias musicales, o los viajes a Marte… En fin, de lo que no hay duda es que es la generación del futuro, una generación en la que tengo depositadas unas elevadas expectativas, aunque, eso sí, sea aún un melón cerrado, una generación por descubrir.

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