El castillete

El club de la motosierra

Milei ha comprendido perfectamente que solo el orden puede permitir la implementación de las medidas socioeconómicas imprescindibles para que una sociedad se pueda considerar efectivamente libre

Javier Milei el día de su toma de posesión como nuevo presidente de Argentina

Javier Milei el día de su toma de posesión como nuevo presidente de Argentina / Nacho Sánchez / Europa Press

José Haro Hernández

José Haro Hernández

«La felicidad de tantos argentinos con este cambio es la mía. Felicitaciones al presidente electo, Milei, por su victoria que es esperanzadora». Así tuiteaba la portavoz adjunta del Grupo Popular del Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, el triunfo electoral del actual presidente de Argentina. Feijóo se felicitó por el ‘cambio’ en el país americano y Mariano Rajoy firmó un manifiesto de apoyo, antes de las elecciones, al amante de las motosierras. Este invitó personalmente a su toma de posesión a la parlamentaria popular, así como a Esperanza Aguirre y a Santiago Abascal. No cabe duda de que en la capital bonaerense se encontraban fielmente reflejados los españoles ‘de bien’, aquellos y aquellas que comparten el mismo proyecto libertario.

Hasta el Borbón exhibía una sonrisa de satisfacción, ausente en las tomas de posesión de Lula y Petro, que no se borró de su rostro durante todo el acto de asunción presidencial. Llamativo fue el trato de privilegio otorgado por el nuevo Jefe de Estado a Zelenski, a quien regaló, en un hecho inusual (normalmente los presentes los otorgan los invitados a los triunfadores), un candelabro judío de gran valor. Seguramente esta deferencia se debió a que el presidente ucraniano es la encarnación, como nos insisten desde casi todos los medios todos los días, de los valores europeos, por los que se bate heroicamente frente a la pérfida Rusia. Finalmente, y a tenor de la fruición con que el nuevo mandatario enarbola la bandera de Israel, de seguro que le hubiera encantado gozar de la presencia de Netanyahu en los fastos porteños. Aunque con toda seguridad entendió que el primer ministro israelí estuviera plenamente ocupado en llevar la civilización a la franja de Gaza y a toda Palestina.

Porque de lo que no cabe duda es de que si algo vincula a todos los ilustres personajes mencionados, es su desenfrenada pasión por la libertad, pregonándola a todas horas y reivindicándola frente a la izquierda liberticida. Nuestro baluarte más sólido en esta cruzada por salvar el solar patrio de las garras del comunismo no es otra que Ayuso, la presidenta madrileña. Pero quien ha llamado con vigoroso estruendo a las puertas de la historia para, con un par, poner en práctica el genuino programa liberal, es Milei. Con apenas 20 días en el poder, saca un decreto que modifica de un plumazo 360 leyes, pasándose por el arco del triunfo al Congreso de la Nación Argentina, en una exhibición de liberalismo que ha despertado la admiración del mundo entero. Pero es el contenido de esa ‘ley ómnibus’, más allá del merecido desprecio que merece la representación de la soberanía popular, lo que verdaderamente enciende la mecha del cambio en esa castigada tierra hermana. Lo primero, endurecer las sanciones contra las manifestaciones, que se considerarán tales a partir de la reunión en la calle de 3 personas: de uno a seis años de cárcel. Por resistencia a la autoridad policial, otros seis años a la trena. Y es que la libertad no está reñida con la mano dura contra los protestones: esta es condición para que aquella pueda darse.

Milei ha comprendido perfectamente que solo el orden puede permitir la implementación de las medidas socioeconómicas imprescindibles para que una sociedad se pueda considerar efectivamente libre. Así, y en esa batalla contra la casta que ha emprendido, se ha arrogado la facultad de privatizar hasta 50 empresas públicas estratégicas; echar a la calle a cinco mil funcionarios; eliminar la actualización de las pensiones al IPC; derogar la ley de alquileres y las que obligan a las empresas a garantizar el abastecimiento interno de alimentos; permitir a aquellas pagar los salarios en leche, carne o criptomonedas; autorizar jornadas laborales de hasta doce horas; recortar subsidios; eliminar las sanciones por contratos irregulares y reducir las indemnizaciones por despido. Y para que no se diga que aquí falta equilibrio a la hora de repartir las cargas, también ha dispuesto que los ricos podrán regularizar, sin tributar, hasta 100.000 dólares. También las grandes compañías se ahorrarán impuestos gracias a un convenio con Luxemburgo (paraíso fiscal) que les evitará la doble imposición.

Destacan, asimismo, otras disposiciones orientadas a preservar la soberanía nacional y la independencia de Argentina, que sin duda harán palidecer de envidia (sana) al mismísimo Abascal. Se suprimirán aranceles a las importaciones y se gravarán las exportaciones, con el resultado de que el mercado interno quedará en manos de empresas extranjeras y la balanza de pagos bastante fastidiada, lo cual, contra lo que pudiera parecer, no es una manifestación de falta de patriotismo, sino una forma de acabar con quienes han mangoneado el país. En la misma dirección, los extranjeros podrán adquirir, sin límite alguno, tierras argentinas. Se van a enterar los terratenientes.

Como es previsible, este paquete, arrebatado de las manos de un parlamento ilegítimo que no merece sus prerrogativas (más o menos como el parlamento del que salió Sánchez), no solo eliminará los inadmisibles privilegios de la élite, sino que conducirá a Argentina por la senda de la libertad y el crecimiento económico. Porque esa teoría que asegura que reducir la capacidad de compra de la población y del Estado (se han eliminado la mayoría de contratos públicos) lleva a una espiral recesiva que se alimenta a sí misma, es un bulo propagado por los marxistas que no se compadece con los hechos contrastados.

Por el contrario, lo que la historia demuestra de manera reiterada es que la combinación de palo a los revoltosos, recortes sociales (cuanto más bestias, mejor) y anulación de la potestad legislativa de diputados y senadores, es la única garantía de que las naciones recuperen la esperanza en un futuro mejor. 

¡Viva la libertad, carajo!

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