La Feliz Gobernación

Sánchez mileinea

Milei y Sánchez

Milei y Sánchez / L.O.

Ángel Montiel

Ángel Montiel

¿En qué se parecen Pedro Sánchez y Javier Milei? En que ambos, en minoría parlamentaria, echan al serón los productos más variados de sus respetivas ferreterías, lo cargan sobre el burro y lo mandan al Congreso para que se lo compren al por mayor. 

El argentino, con su decreto de ‘urgencia y necesidad’ pretende que la Cámara le apruebe de una sola tacada una reforma estructural del Estado que incluye hasta la suspensión del poder legislativo en favor del ejecutivo; el español acumula en tres sacos el conjunto de su ‘política progresista’ y los pasa por el detector de metales del Parlamento esperando que no piten. Milei justifica su impaciencia en que «no hay plata» y es urgente y necesario que el pueblo se haga el harakiri. Sánchez, por su parte, alega que para que haya más plata es preciso que se le apruebe de una sola pulsión de botón todo lo que sus ministros han ingeniado en mesa camilla. 

O sea, que para que Milei vea aprobadas sus políticas debe obtener el visto bueno de la ‘casta’ y de los ‘surdos de mierda’, y Sánchez, para que adquieran luz las suyas ha de esperar que las vote la derecha catalana (Junts) o en su defecto, la española, chantajeadas por la repercusión social de algunas de ellas. En ambos casos hay que comprar el serón completo, sin debates ni votaciones parciales, en abuso ostensible del real decreto ley, recurso excepcional que uno y otro normalizan como convencional en el intento de convertir al Parlamento en un poder seguidista del Gobierno. 

Pretender, como pretende Sánchez, que el PP le sirva de muleta cuando le fallen Junts o los tránsfugas de Podemos, es un intento contra natura de hacer ‘políticas progresistas’ con los votos de la derecha, y una contradicción en términos, pues concibe los contenidos progresistas con las formas autocráticas del decreto ley. Sánchez y Milei son buenos ejemplos, cada uno en lo suyo, de estos tiempos de posdemocracia. 

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