Pasado de rosca

Año nuevo de piñata

Todos los representantes de los partidos con verdadera sensibilidad democrática deben condenar abiertamente cualquier manifestación de violencia aunque sea meramente gestual

Manifestantes se concentran ante la sede del PSOE en Madrid y apalean un muñeco que representa a Pedro Sánchez

Manifestantes se concentran ante la sede del PSOE en Madrid y apalean un muñeco que representa a Pedro Sánchez / EUROPA PRESS

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Supongo que apalear, aunque sea en efigie, a alguien odiado debe de reportar algo así como una sensación de bienestar al apaleador. Siempre es preferible apalear a un muñeco de piñata que al personaje que representa. En el caso de la piñata, estamos asistiendo a un juego infantil, aunque algo cruel, como muchos otros juegos de niños, y en el caso del apaleamiento real estamos hablando de un ilícito penal. El juego de la piñata, no del todo inocente, no pasa de ser un juego y solo alguien con mentalidad infantil puede concederle la suficiente trascendencia como para pedir que la fiscalía intervenga en el asunto y lleve ante el juez a los promotores y apaleadores del muñeco que representaba a Pedro Sánchez.

Quemar una bandera o un retrato o maltratar en efigie a algún político no puede ser considerado un delito. Esa clase de acciones forman parte de la libertad de expresión y manifiestan de un modo teatral la desafección hacia algo o hacia alguien. Es cierto que lo ideal es que las críticas se sustancien de modo argumentado y que, cuando nos mostremos partidarios entusiastas, por ejemplo de la república, justifiquemos con elaboradas razones por qué preferimos esta forma de organización política a la pervivencia de un régimen monárquico que se basa en la herencia en vez de en el sufragio universal. Los partidarios de la independencia, de Cataluña, pongamos por caso, deberían tratar de persuadirnos de las bondades de la segregación de su territorio, en lugar de escenificar su repulsa de España con la quema de banderas rojigualdas en lugares públicos.

Pero no podemos pedir que todos los ciudadanos sean unos demóstenes capaces de articular sesudos razonamientos ni tampoco que se abstengan de tomar posiciones políticas si no son capaces de fundamentarlas con elocuencia. Por eso, las manifestaciones de rechazo pueden tomar la forma de esas teatralizaciones como la aludida piñata para expresar una lícita desafección hacia el presidente del Gobierno.

Sin embargo, me parece mucho más grave que el dirigente de un partido político declare que los españoles —los que él considera españoles— querrán colgar de los pies al presidente del Gobierno. Ahí ya hay algo que va más allá de la insinuación del ejercicio de la violencia como manifestación de las ideas políticas. También me parece grave que otro concejal de ese mismo partido golpee con unos folios una botella de agua que sale lanzada contra otro miembro de la corporación.

En ese contexto de deslizamiento de la radicalidad verbal, gestual o teatral hacia la violencia física es donde radica el verdadero peligro para la democracia. En ese sentido, todos los representantes de los partidos con verdadera sensibilidad democrática deben condenar abiertamente cualquier manifestación de violencia aunque sea meramente gestual. Y esa condena ha de ser sin ninguna restricción de las que generalmente adoptan la fórmula: «condenamos esta acción o manifestación, pero…» y aquí sigue una especie de enumeración de motivos de la acción o manifestación que se condena, con lo que en el fondo se la está justificando. No, señores, no. Cuando se condena algo condenable debe hacerse sin ambages y por lo directo. De lo contrario, la condena suena a pellizco de monja propinado con pesar.

Y es que resulta muy difícil renunciar a todo lo que puede servir para descalificar al rival, ya que hoy la acción política consiste, especialmente desde el ámbito de la derecha, en un acoso y desgaste de la figura del rival antes que en la enumeración de las iniciativas o propuestas propias. Y si bien no se puede exigir a todos los ciudadanos que fundamenten sus posiciones políticas con argumentos sesudos y oratoria elocuente, a los representantes políticos sí se les puede exigir rigor y que no caigan en la brocha gorda y alimenten piñatas, amputaciones y quemas de banderas. Immanuel Kant distinguía entre filósofo académico y filósofo mundano. Ambos se preocupaban por las mismas cosas, pero a los académicos se les exige un mayor rigor y la utilización de un lenguaje más depurado en sus cavilaciones. Pues lo mismo podríamos hablar de políticos mundanos o ciudadanos y políticos profesionales. A estos últimos podemos y debemos exigirles que abandonen las brochas gordas y las piñatas y se comporten con otro rigor. Y si no, que dejen la profesión para dedicarse a cualquier otra que no les paguemos todos los contribuyentes.

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