Tiempo y vida

Fin de trayecto

Al redactar este último artículo me vienen a la memoria todas las sensaciones vividas a lo largo de este tiempo que hemos compartido. Han sido muchas, ya que acercar el arte prehistórico al mayor número posible de personas no dejaba de ser un reto

Recorrido por algunas de las pinturas rupestres comentadas

Recorrido por algunas de las pinturas rupestres comentadas / Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Apreciado lector, sentado frente al ordenador para escribir este último capítulo del viaje que comenzamos hace un año, contemplo a través de la ventana la Sierra de Villafuerte, que guarda los yacimientos de Cañaica del Calar, la Fuente del Sabuco y los Abrigos de la Ventana; a mi espalda queda la Sierra de Zacatín, con los abrigos del Sabinar, de Fuensanta, más allá los de Ciervos Negros, El Molino y el Rincón del Gitano; y no muy lejos de aquí, las extraordinarias figuras femeninas de La Risca. Y los abrigos de Benizar, de Andragulla… Enclavado, pues, en pleno corazón del arte rupestre de Moratalla, al redactar este último artículo me vienen a la memoria todas las sensaciones vividas a lo largo de este tiempo que hemos compartido. Han sido muchas, ya que acercar el arte prehistórico al mayor número posible de personas no dejaba de ser un reto; seleccionar los temas que pensamos más atractivos y exponerlos de una forma que no solo fuera comprensible, sino, sobre todo, de lectura agradable, constituía también un desafío para quien está acostumbrado a escribir en el ámbito científico, para colegas conocedores de la materia, pero no tanto para la amplia diversidad de lectores que, eventualmente, abren las páginas de un periódico con intereses variados, gustos diversos y, casi siempre, escaso tiempo.

Hoy echo la vista atrás y le puedo confesar que la experiencia personal ha sido muy gratificante y enriquecedora. Podría parecer que para quien ha publicado una quincena de libros y firmado más de 180 artículos en revistas científicas, escribir cada semana un breve texto sobre arte rupestre, además de sencillo, se podría entender como una actividad secundaria. Nada más lejos de la realidad. Siempre hemos sido de los que pensamos que acciones como esta son las que dan sentido a esas otras publicaciones más académicas. ¿De qué sirve publicar sobre arte prehistórico si al final no redunda en que la mayor parte de la sociedad lo conozca y, sobre todo, lo disfrute? Al menos, este ha sido mi horizonte cada vez que me sentaba a escribir la entrega semanal.

A lo largo de nuestro recorrido hemos conocido representaciones extraordinarias, cargadas de una belleza excepcional, como el ciervo de Cañaica del Calar o el toro del Corniveleto, y otras, a priori, más enigmáticas, misteriosas, como el ídolo de la Serreta; nos hemos aproximado a escenas que nos cuentan vivencias de los últimos grupos de cazadores recolectores, sus cacerías, la recolección, pero también sus posibles fricciones y sus rituales; acciones todas ellas que creemos revestidas de un acusado sentido alegórico que las emparenta, quizás, con lo sagrado, lo trascendente, seguramente con lo mítico. Y, tal vez sobresaliendo por encima de todo ello, hemos acreditado la maestría de sus autores para, con unos medios que a nosotros nos parecerían muy rudimentarios, crear auténticas obras de arte, de una belleza en ocasiones difícil de superar. También hemos reconocido la labor de algunos de los personajes cuyo trabajo ha marcado un hito en la ya centenaria historia de la investigación del arte rupestre prehistórico en Murcia, caso de Antonio Beltrán Martínez, Jaime Carbonell Escobar, Julián Zuazo Palacios o Anna Alonso Tejada, claros exponentes de una lista en la que, sin duda, faltan otros estudiosos que, en algún momento y en otro lugar, alguien deberá reseñar para honrar su honesto trabajo.

Hoy es momento también de los agradecimientos y, excepcionalmente, me van a permitir que utilice la primera persona. Mi gratitud al grupo Prensa Ibérica S. A., en particular al diario La Opinión de Murcia, por la sensibilidad demostrada hacia el arte rupestre, en especial este año que acaba de finalizar, en el que hemos conmemorado el vigésimo quinto aniversario de su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO. Es evidente que dedicar a lo largo de todo un año una página tan importante en un periódico como es la última, la denominada dentro del gremio como ‘contra’, evidencia un fuerte compromiso con este bien patrimonial que va mucho más allá de etiquetas y declaraciones oficiales. Quiero recordar también a Francisco José Navarro Suárez, ante todo gran amigo, pero también responsable de que me haya podido dirigir a los lectores de La Opinión y disfrutar con algo tan apasionante y gratificante como es la divulgación del arte prehistórico. Y cómo no, mi más sincero y profundo agradecimiento a todos esos lectores, anónimos en su mayor parte, que semana tras semana me han acompañado en este viaje.

Hoy llegamos a la última estación. Decíamos allá por el pasado 6 de enero, en la primera etapa de nuestro itinerario, que la efeméride que se ha cumplido en 2023 de la declaración del Arte Rupestre del Arco Mediterráneo como Patrimonio Mundial por la UNESCO podía ser una oportunidad inmejorable para revitalizar el compromiso adquirido con dicha declaración en pos de su salvaguarda y, sobre todo, de su divulgación para el disfrute de la sociedad. Concluíamos que solo se valora aquello que se conoce y, en consecuencia, se conserva y admira. Confiamos en que este viaje haya servido para alcanzar esos objetivos, aunque también le digo, apreciado lector, ahora que cuenta con un importante bagaje de conocimientos, que, si lo desea, el verdadero viaje no ha hecho más que comenzar.

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