Tiempo y vida

¿Hay un arte rupestre neandertal?

La defensa de la autoría neandertal para estas pinturas tiene como único apoyo la ausencia, en esas fechas, del hombre moderno en estas zonas de Europa

Dentro del círculo, motivo de autoría atribuida al neandertal. Foto de C. C. Standish, A. W. G. Pike y D. L. Hoffmann

Dentro del círculo, motivo de autoría atribuida al neandertal. Foto de C. C. Standish, A. W. G. Pike y D. L. Hoffmann

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Una de las cuestiones que más polémica ha suscitado en estos últimos años entre los investigadores del arte prehistórico es la eventual existencia de un arte rupestre de autoría neandertal. El asunto no es, en verdad, baladí por cuanto supondría, de confirmarse, que nuestros antepasados más cercanos, con los que llegamos a convivir durante varios miles de años y de los que llevamos en torno al 3% en nuestro ADN, poseían pensamiento simbólico y eran capaces de expresar ideas y conceptos mediante la imagen, geométrica o abstracta, pero imagen al fin y al cabo.

La propuesta no es del todo original. De hecho, hace bastante tiempo que algunos trazos lineales grabados en la Cueva de Gorham en Gibraltar y en la Cueva de la Zarzamora en Perogordo (Segovia) se vincularon con las últimas poblaciones de neandertales de la península Ibérica. Ahora, lo novedoso viene dado porque varias figuras de las cuevas de La Pasiega (Cantabria), Maltravieso (Cáceres) y Ardales (Málaga) han sido datadas mediante el método del Uranio-Thorio (U-Th), arrojando unas fechas por encima del 60 mil antes de Cristo. Ante ello, el planteamiento que se hace es que, dado que para esa antigüedad no tenemos restos óseos de los humanos considerados anatómicamente modernos, los Sapiens, es decir, usted y yo, quienes las pintaron tuvieron que ser forzosamente aquellos que sí vivían por entonces en esas zonas, los neandertales.

La discusión surge pronto entre los autores del estudio y aquella otra parte de la investigación que muestra serias dudas de que esto sea así. Unos defienden la pulcritud de todo el proceso de análisis y la fiabilidad de las dataciones obtenidas; los otros, sin cuestionar la honradez del trabajo de sus colegas, muestran cautela dada la complejidad que lleva en sí mismo el procedimiento técnico de datación, alegando, entre otras cuestiones, la facilidad para que haya contaminación en las muestras y las dificultades para datar de forma exacta aquello que en verdad se pretende fechar. Con este panorama de fondo, se crea una especie de círculo vicioso en el que cada uno defiende su postura, en ocasiones con vehemencia, del que parece complicado salir, al menos hasta que haya alguna novedad que modifique los planteamientos iniciales en cualquiera de los dos posicionamientos.

En este contexto, a falta de otros argumentos, lo cierto es que la defensa de la autoría neandertal para estas pinturas tiene como único apoyo la ausencia, en esas fechas, del hombre moderno en estas zonas de Europa. Pero, ¿y si la investigación, en algún momento, aportara novedosos datos que sí revelasen la presencia de este en momentos tan antiguos? En febrero del pasado 2022, investigadores de la Universidad de Burdeos publicaban un artículo en la revista Science Advances en el que daban a conocer las conclusiones del estudio de un molar de bebé recuperado durante las excavaciones en la Gruta Mandrin, cerca de Aviñón. Tras cotejarlo con otros propios de la especie neandertal, las diferencias morfológicas entre unos y otro les llevaron a asociarlo con un humano anatómicamente moderno. Fechado por C14 en torno al 54 mil antes de nuestra era, el descubrimiento suponía adelantar la presencia del Homo sapiens unos 10 mil años respecto de lo que se aceptaba hasta entonces. Por su parte, un equipo de investigadores españoles y estadounidenses publican en el Journal of Evolution Human, en enero de este mismo año, el estudio realizado sobre la conocida como Mandíbula de Bañolas (Gerona). El fósil, que fue descubierto en 1887, ha sido tradicionalmente aceptado como perteneciente a un neandertal, con una antigüedad estimada entre 45 y 65 mil años. El nuevo análisis, basado en imágenes obtenidas por TAC y, a partir de ellas, en su reconstrucción anatómica, lleva a sus autores a modificar aquella adscripción, emparentándola ahora con el hombre moderno.

Estos nuevos estudios acercarían las fechas de la presencia de Homo sapiens y las obtenidas en las pinturas supuestamente neandertales. ¿Se deduce de esto que los autores de estas pinturas no tendrían por qué ser forzosamente neandertales y, con ello, habría que rechazar la existencia de arte rupestre asociado a esta especie? Pues no necesariamente, aunque debemos reconocer que el hecho de adelantar la colonización del occidente europeo por el Hombre moderno, que se pudo producir mucho antes de lo que hasta ahora se estimaba, permiten poner en entredicho la soledad en la que se piensa que vivía por entonces el neandertal, que ya no sería el único candidato a asumir la autoría de estas pinturas tan antiguas.

En todo caso, la cuestión sigue abierta y eso es bueno. Sin duda, de la discusión y los hallazgos se propondrán nuevos postulados que nos permitirán avanzar. Pero, estimado lector, si me pregunta mi opinión al respecto, le confesaré que con los datos que hoy podemos manejar prefiero ser cauteloso, ya que no tengo el convencimiento absoluto de que los neandertales hayan desarrollado arte rupestre alguno. ¿Pudieron tener algún tipo de pensamiento simbólico? Es posible, pero no necesariamente de este tuvo que nacer una manifestación plástica que, hoy por hoy, creo que debemos asociar a nuestra especie. En todo caso, si conocimientos futuros nos obligan a asumir esto como un error, pues como hiciera hace 121 años Émile Cartailhac al tener que reconocer la autenticidad de las pinturas de la cueva de Altamira, entonaremos un mea culpa, modificaremos nuestros planteamientos y seguiremos adelante. Esto es ciencia, aunque no exacta.

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