Luces de Navidad

Bares, qué lugares

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

No hay como el calor del amor en un bar, decía la canción de Gabinete Caligari allá por mediados de los ochenta, y es que reconocer que a los españoles nos gustan los bares es una obviedad como una catedral, y sí, así es como los consideramos, como verdaderos templos consagrados a los dioses del encuentro y la diversión, templos del bien o del mal, según como salgamos de ellos, claro.

Al parecer, el origen de los bares, como tantas otras cosas, es un invento de los griegos, que crearon establecimientos donde se vendían bebidas, principalmente vino. Más tarde, esta idea se trasladó a Roma, donde en las conocidas tabernae, además, se ofrecía comida. Fue ya durante la Edad Media cuando «las tabernas» se consolidaron por toda Europa. Y ahora, en la actualidad, tenemos bares de todo tipo, según el servicio o producto que ofrecen, bares para todos los gustos y para cada momento: bares de tapas, cervecerías, chiringuitos, vinotecas, karaokes, pubs, discotecas, cafeterías, tabernas, cantinas…, y es que, no nos merecemos menos.

Según el Instituto Nacional de Estadística, España es la nación con más bares y restaurantes por persona de todo el mundo, uno por cada 175 habitantes. No sé si será el clima, nuestro carácter o nuestra manera de vivir, pero no podemos evitar salir, relacionarnos y compartir buenos momentos, ¿dónde?, pues en los bares.

Los bares, esos lugares que utilizamos casi para todo, nos permiten liberar el estrés diario. Allí nos reunimos con los amigos de toda la vida para echar unas cañas, quedamos con los compañeros de trabajo para debatir sobre alguna cuestión laboral, acudimos a ver un partido de futbol como si estuviéramos en el mismísimo estadio, los utilizamos como oficina para hacer contactos o cerrar negocios, en algunos de sus rincones estudiamos o trabajamos (un amigo ingeniero me decía que cuando tenía que realizar los cálculos más complicados de un trabajo se iba al bar para estar concentrado, algo que le costaba en su despacho a causa de las llamadas y visitas), en ellos celebramos las alegrías y ahogamos las penas, y también en ellos, algunos o algunas, con suerte, hasta consiguen ligar.

Y claro, como no nos van a gustar los bares, si con apenas meses, empotrados en nuestro carrito de bebé, somos visitantes asiduos de estos establecimientos. Aprendemos a identificar, casi a la vez, la teta de nuestra madre y el grifo de cerveza de una barra; el aroma a agua de colonia Nenuco y el olor a calamares fritos; el sonajero de cascabeles y al camarero cantando la comanda. No es de extrañar, por tanto, que muchos de nuestros mejores recuerdos estén ligados a un bar. Y aunque algunos de nosotros anden ya por ahí dándole al tute y al dominó, en ellos, los bares, jugamos nuestras primeras partidas al futbolín, y probablemente, también cogiéramos nuestra primera borrachera, bailáramos nuestro primer baile agarrado o conociéramos a nuestra primera novia o novio.

Pero, si hay un bar que destacar, sin duda, es ese al que acudimos con regularidad, ese bar de referencia que con el paso del tiempo se ha convertido en nuestro segundo hogar. Ese local de total confianza donde seriamos capaces de dejar hasta las llaves de nuestra casa, donde las caras de los parroquianos se repiten día tras día, y donde el camarero, considerado casi como de la familia, te conoce tan bien que te sirve tu consumición sin pedírsela, te da conversación si la necesitas o respeta tu momento de meditación. Profesionalidad. Lo siento, pero tengo que dejarles, es la hora del aperitivo, ¿se apuntan?, pues nos vemos en el bar.

Suscríbete para seguir leyendo