Las horas

Echados

Juan Gaitán

Si nos atenemos a la tradición judeocristiana (no quiero llamarlo mitología por no herir sensibilidades, pero también podría llamarse así desde un estricto sentido antropológico), la historia de la Humanidad comienza cuando echan a Adán y Eva del Paraíso. Son hermosos, literariamente hablando, esos versículos, Génesis 3: 23-24: «Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado. Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida».

Así que, siquiera sea de una forma simbólica, nuestro camino en el mundo comienza con una expulsión, que se origina en el previo intento de «tomar el cielo por asalto», aquella desobediencia de tomar el fruto que daba el conocimiento y nos equiparaba a Dios… ¡Ah, los símbolos, cuánta enseñanza guardan si se leen desapasionadamente!

Hemos oído en estos días, acaso con un poco de vergüenza ajena, las amargas quejas de Irene Montero y de Ione Belarra, hasta hace poco ministras de Igualdad y de Derechos Sociales, respectivamente, que han arremetido contra el presidente diciendo que «Pedro Sánchez nos echa de este Gobierno precisamente por haber hecho lo que dijimos que haríamos».

Tampoco es para ponerse así, que hubiera dicho el genial Selu. A todos alguna vez alguien nos ha echado de algún sitio. De un empleo, de un colegio, de una fiesta en la que nos colamos como en aquella canción de Mecano… No es algo tan grave, especialmente cuando lo miras desde lejos, después de haber recorrido un tramo del camino y mirando hacia atrás te das cuenta que acaso te hicieron un favor enseñándote la puerta de salida.

Al menos esa ha sido mi experiencia. Cuando me han echado de un trabajo he encontrado otro mejor, seguramente espoleado por la necesidad y ayudado, quizás, por un poco de fortuna, que ya dice la sabiduría oriental que «vale más una cucharada de suerte que un barril de sabiduría». Si hago un repaso a mi ya extensa carrera profesional, cada crecimiento fue a costa del trauma momentáneo de que me pusiera en la puñetera calle sin miramientos y con el exiguo finiquito, qué palabra esta, finiquito.

Acaso a Montero y Belarra, en estos momentos, no les parezca posible pensar en que con el tiempo todo mejorará. En realidad puede que tengan razón, no es tan fácil superar el hecho de haber sido ministras. Solo queda un escalón por encima, la Presidencia del Gobierno, cosa que, seamos realistas, no parece muy probable en ninguno de los casos. Pero, bien mirado, quién les iba a decir, hace unos años, que llegarían tan alto. La vida, ya se sabe, es extraña, insospechada, casi siempre absurda.

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