Oh lá lá

Criminalizar a quien vence en la sede de la soberanía popular es la antítesis de nuestra revolución francesa, donde se decapitó el Antiguo Régimen

Julián García Valencia

Julián García Valencia

Puestos a elegir, ya que, al parecer, no soy español porque me hicieron solidario y progresista, me pido Francia. Tengo amigos y amigas que mueren por un croissant. Así que, si hay que perder la vida o la cabeza, señalado por los llamados ‘civilizados’, qué menos que mojar en alguno de los cafés de los Campos Elíseos.

Con el horizonte del Arco del Triunfo podré reflexionar, emulando a los grandes como Sartre o Camus, en qué momento la situación de mis ya vecinos ibéricos se convirtió en náusea y peste por mor de, supuestamente, los buenos españoles

Criminalizar a quien vence en la sede de la soberanía popular es la antítesis de nuestra revolución francesa, donde se decapitó el Antiguo Régimen.

En el mismo terreno de la filosofía, pues al parecer las matemáticas de 179 diputados frente a 171, o de 12.610.939 votos frente a 11.270.025, no sirve, me encantará profundizar en Foucault, un tipo peligroso que argumentó el interés de los poderosos por construir cárceles.

Más sobre la terre, me bastará deleitarme con Moustaki, Piaf, Aznavour o Brassens. 

Mira que me costó el francés. Me salvó que la profesora era del pueblo vecino al de mis padres, allá en Siete Iglesias de Trabancos, en Valladolid. Aunque yo nací en Madrid, vivo en Murcia, trabajé en Salamanca y mi casa de la playa está en Almería.

No teman. No volveré a recordar mis orígenes españoles. No seré como ese niño que aprovechó esta semana su visita al Ayuntamiento de Murcia para, ante el pleno, llorar amargamente porque a su padre, de origen dominicano, no le dejan vivir los que solo saben sembrar odio.

Ya saben. Aunque sea alemán, de la ciudad con la que mantengo una rivalidad por mi alma francesa, es preciso recordar el célebre poema de Martin Niemöller:

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, socialdemócratas, sindicalistas, judíos, guardé silencio... Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar». 

¡Vive La France!

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