El que avisa no es traidor

Ni se rompe ni se balcaniza

Fue Aznar en su victoriosa campaña de 1996 el creador de «España se rompe». Hace ya treinta años menos tres de eso. Nada menos. Así suena de rancio y viejuno el dicho, por mucho que su creador y sus acólitos se empeñen en repetirlo a la menor ocasión que encuentran propicia

Pedro Sánchez interviene durante la primera sesión del debate de investidura como presidente de Gobierno.

Pedro Sánchez interviene durante la primera sesión del debate de investidura como presidente de Gobierno. / Gustavo Valiente / Europa Press

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Sigo mirando y no acabo de verlo. No sé si España se rompe por la grieta del muro lateral de mi parroquia, por la fisura en la pared que de pronto encuentro en mi habitación, por esas baldosas sueltas en la acera de la Gran Vía, quizá por esa zanja recién abierta en la plaza de la esquina o acaso por la raja de medio metro en el escaparate de la librería del barrio. Igual los del bar de enfrente que acaban de cerrar se han olido la tostada y se han vuelto al pueblo para protegerse del caos en el que, dizque, estamos a punto de sumirnos.

Nada, que no acabo de decidirme por cuál es el lugar de ruptura verdadero por el que se nos van a salir las entrañas nacionales, tan dignas y raciales ellas. A lo peor, mi confusión se debe a que lo llevo oyendo tanto tiempo sin averiguar dónde está la auténtica rasgadura que los avisos continuos obnubilan mis sentidos, impidiéndome seguir los clarividentes razonamientos catastrofistas que, observo, a muchos les ponen aún la carne de gallina y los enardecen ante la probabilidad de que el inminente peligro se convierta en realidad.

Ahora caigo que fue Aznar en su victoriosa campaña de 1996 el creador de «España se rompe». Hace ya treinta años menos tres de eso. Nada menos. Así suena de rancio y viejuno el dicho, por mucho que su creador y sus acólitos se empeñen en repetirlo a la menor ocasión que encuentran propicia. 

Bueno, por lo menos he averiguado que no padezco la famosa amnesia que dice Feijóo que Sánchez pretende inocularnos a los españoles, no se sabe si pinchada en vena, por aspersor o con lavativa.

Algún iluminado aventura que la Nación española comenzó a cuartearse con Felipe II. Eso suena a esencias racialísimamente postmedievales. Si así fuera, debería plantearse nuestra propia viabilidad como Estado: solo fuimos capaces de mantener ‘La Idea’ desde los Reyes Católicos hasta la época en que en el Imperio no se ponía el sol. Poco tiempo para lo que son las esencias.

Tampoco se ve por parte alguna la balcanización. España tiene un Estado de derecho que dicen unos trafalmejas que los otros pretenden destruir con matracaladas. Estos, a su vez, son acusados por aquellos de organizar cencerradas en las calles para boicotear la Constitución, que todos aseguran defender sin ponerse de acuerdo cómo.

Pero no hay atisbo de independentismo mayoritario capaz de éxito verdadero en ningún sitio, ni divisiones militares dispuestas a las armas para trazar nuevas rayas en los mapas. Ni siquiera la religión divide: simplemente hay quien cree y quien no, aunque algunos se obcequen en imponer la suya públicamente en calles y plazas.

Entretanto, muchísimos se entretienen manifestándose y vociferando en las calles después de su horario laboral. Unos pocos violentan oficinas de un partido político donde rompen lo que pueden, ya que su amada nación no da señales de perentoria ruptura, por mucho que se empeñen. Parece que piensan que, como no se rompa, la van a romper ellos para demostrar que tienen razón. Y crean ambiente profiriendo por sus megáfonos mensajes indignos hasta de la peor versión de un zafio imitador de Ramonet.

Pero no, no. España ni se rompe ni se balcaniza, como el cariño verdadero. Entre otras cosas porque la noche de las algaradas multitudinarias tremendistas del domingo, las cuatro torres de la Sagrada Familia de adivinen dónde se iluminaron por primera vez. Hay esperanza, aunque muchos de ambos bandos digan que sí a sus líderes con una pinza en las narices. 

No es que falte finura, es que no hay ni sentido del humor. Y todo el objetivo parece algo tan simple como que un ‘traidor’ no siga en La Moncloa y se exilie por Irún en el maletero de un coche. Acabáramos.

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