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Todos pierden en la Segunda Guerra Fría

Joe Biden.

Joe Biden. / EFE

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

No pintan las cosas bien para el comercio global, aunque las cifras de intercambios sigan aumentando en términos nominales, más que nada por efecto de la inflación. El volumen en toneladas, en cambio, está aflojando, aunque de momento se trata de una disminución en los incrementos habituales, que han sido muy elevados desde que el mundo se lanzó a esta extraordinaria y última etapa de globalización. La rápida incorporación de China a la economía global produjo un efecto electrizante en los intercambios de mercancías, y el mundo no ha sido el mismo desde entonces, ayudado también por el final de la primera Guerra fría.

Eso ocurrió hasta la pandemia. Precisamente una crisis sanitaria mundial que surgió de China, actuó como un despertador brutal de la conciencia occidental. Los países ricos descubrieron de pronto que se habían pasado tres pueblos a la hora de ponerse en manos de la gran fábrica china hasta en los productos más básicos y estratégicos como eran los guantes sanitarios y, sobre todo, las mascarillas. La ausencia de unos simples adminículos, que no requieren ninguna alta tecnología para su producción, sirvieron para tomar cumplida nota de la situación de dependencia. Los países desarrollados miraron en su interior y una ola de nacionalismo económico se ha extendido por el mundo desde ese momento. Creíamos que era solo Trump, pero la Administración Biden se ha guiado por los mismos principios, bajo la divisa populista de que hay que devolver los puestos de trabajo que se habían fugado a otros países como China. 

La conclusión es que todos llevan las de perder en este endiablado juego, al que probablemente terminará sumándose la Unión Europea y que ha pillado con el paso cambiado a Reino Unido, donde la promesa del Brexit se basó en la aspiración de abrirse al comercio mundial. Se calcula que la renacionalización económica puede costar al mundo un 7% de su riqueza global en una década. Eso significa el fin brusco de los nuevos objetivos marcados por la ONU una vez cumplidos con éxito los que se trazaron para el nuevo milenio. Y es que el nacionalismo, sea político o económico, no aporta más que miseria.

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