El que avisa no es traidor

Locura libertarista

La duda es si hay lugar para que vuelva la sensatez y sean reconducibles las salidas de pata de banco tan comunes en las últimas semanas

Concentración en contra de la amnistía frente a la sede del PSOE.

Concentración en contra de la amnistía frente a la sede del PSOE. / Joaquin Corchero / Europa Press

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

«La locura es la caricatura de la libertad», dejó dicho el filósofo y psiquiatra Giovanni Jervis hace años. Sus análisis clínicos y su experiencia le habían llevado a esa conclusión a la que en estos últimos meses estamos abocados en buena parte del Estado. Bajo la amplia e inabarcable bandera de esa sagrada libertad se han dado pasos hacia el abismo que bien nos gustaría a muchos que se hubieran evitado y no fueran ni grandes, ni irreversibles. Bajo esa palabra en boca de todos cabe todo también, incluso los disparates más delirantes que se puedan imaginar.

Así, se ha visto alguna pancarta pidiendo «Golpe de Estado ya» o reclamando a la Guardia Civil que pase a la acción, sin que hasta el momento ningún juez o fiscal haya tomado cartas en el asunto; se han escuchado y leído insultos personales injustificables por la realidad o procedencia de los señalados directamente, que no simplemente aludidos; se ha visto a insignes políticos y políticas despreciando normas básicas de esa libertad que para todos exigen, como la de ignorar el elemental requisito de sencillamente comunicar lo que se va a hacer al organismo competente en vez de cortar calles porque-me-da-la-real-gana y sin previo aviso.

Prácticas recientes realizadas las más de las veces por quienes se cobijan bajo el consabido «Viva España, viva el Rey, viva el Orden y la Ley». El problema es que el lema está mal locutado, porque lo que en realidad dicen es «viva mi España, viva mi rey, viva mi orden y viva mi ley». Y muera esa otra, infieren, que aún está por ver la luz, pero que la clarividencia de los iluminados por vaya usted a saber qué foco ya anticipa qué será: un atentando a la convivencia, la ruptura del orden constitucional, la consagración de la desigualdad entre españoles, el hundimiento de la democracia española: el acabose.

En la diatriba intervienen recientemente algunos gerifaltes judiciales con mandato caducado desde hace cinco años, pero con garras y pico para aferrarse a sus cargos periclitados más por afán político y por servidumbre a los intereses de sus señores que a su pretendido respeto a la legalidad vigente y a su propia profesionalidad. En la tarea les ayuda algún otro colega dispuesto a enmarañar hasta el límite la situación actual adaptado ‘ad hominem’ viejas imputaciones sin sentido.

Parte del caldo necesario para esa pócima venenosa se debe al excesivo secretismo y cerrazón con la que los que gobiernan y los que aspiran a recuperar su sitial de influencia perdido en las urnas y en Waterloo han llevado sus negociaciones para que se forme una alianza mayoritaria en el Congreso suficiente para legislar y gobernar, como dice la Constitución.

La otra parte ha sido creada por el trazo grueso por el que han optado los partidos contrarios al ‘atropello’ que significaría una ‘amnistía’ cuyos términos aún se desconocen. La competencia entre estos dos a ver quién llega más lejos con su bandera o quién tiene el mástil más largo recuerda aquellas rivalidades infantiles y adolescentes impropias de la edad adulta.

Ahora uno de los dos recula y pretende seguir adelante con la protesta radical, pero dentro de un orden: aspira a seguir siendo el más grande de su campo ideológico. Los excesos y desmanes de los otros parecen haber asustado a algún sector moderado de los primeros; si es que todavía existe ese segmento. La duda es si hay lugar para que vuelva la sensatez y sean reconducibles y reencauzables las salidas de pata de banco tan comunes en las últimas semanas. O si será la locura libertarista, devenida liberticida, la que seguirá dando la razón a Jervis.

N.B.: El avisado lector sabrá, a buen seguro, poner nombres y apellidos donde el firmante los obvió.

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