Gárgolas

Minuto y resultado

Estamos pegados al transistor o a las redes para conocer cómo va el partido, mientras observamos cómo avanza el tiempo, ajeno a las vicisitudes del pacto, imperturbable

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / James Arthur / Europa Press

Josep María Fonalleras

El goteo de noticias en torno a la futura ley de amnistía tiene un aire de retransmisión deportiva, una especie de carrusel en el que sabemos las jugadas mejor trenzadas, los ataques prometedores, las faltas y las tarjetas, las paradas y los remates a puerta, con la incandescencia de la inquietud por el resultado y el temor de que el VAR acabe anulando un gol por decisión propia o por la presión ejercida por los rivales. Que cada uno ponga nombres propios en la metáfora. 

Lo cierto es que estamos pegados al transistor o a las redes para conocer cómo va el partido, mientras observamos cómo avanza el tiempo, ajeno a las vicisitudes del pacto, imperturbable. Minuto y resultado. Mientras contemplamos, en el horizonte inmediato, la guadaña de una fecha inaplazable. Al mismo tiempo, sabiendo muchas cosas, hay muchas que se nos escapan: los temores de unos, los conflictos internos, las peleas cainitas, la letra pequeña. Y el reloj que marca las horas se asemeja a lo que decía Cortázar en el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj: «Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire». Tic, tac.

Si no llega pronto la noticia del gol (revisable, por supuesto, por una autoridad que arbitra y, al mismo tiempo, es parte de la jugada), corremos el peligro de elevar el termómetro de las frases históricas más allá de las fronteras de lo concebible y soportable. Las hay para todos los gustos. Algunas parecen extraídas de una película bélica (Turull dice que «no dejaremos ningún soldado en la estacada»), algunos juegan en la liga del apocalipsis (Feijóo, cuando habla del «precipicio constitucional») y algunos aún dan más pasos hacia el fin de la civilización (Aznar, cuando afirma que Pedro Sánchez es «un peligro para la democracia»). Patxi López certifica el temor ante las virulentas reacciones de la derecha («hay cosas que son muy peligrosas, porque no sabemos cómo acaban»), unas declaraciones que podrían ser la respuesta a la inquietante pregunta de la politóloga Tamara Falcó: «Es indignante, pero ¿cómo se frena todo esto?».

Estamos en la antesala de movimientos tectónicos, al parecer, mientras contemplamos cómo el sismógrafo oscila hacia la catástrofe anunciada («es el principio del final», dicen los jueces de la Asociación Profesional de la Magistratura), hacia la profecía autocumplida. Y vamos escuchando y leyendo cómo va el partido, pendientes de los últimos segundos que, como todo el mundo sabe, es cuando se marcan (¡o se anulan!) los goles que pasan (o no) a la historia. 

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