Todo por escrito
Verbos y adjetivos
Mis padres dedicaron toda su vida a enseñar a leer y escribir a los niños murcianos de la escuela pública. Me parece una manera digna y significativa de ‘ganarse’ la vida. Aprender la diferencia entre un verbo y un adjetivo no solo te proporciona un mapa sintáctico de tu idioma, sino que te permite orientarte moralmente en el mundo. Porque la reflexión sobre la lengua y la relación íntima que mantenemos con ella tiene mucho que ver con la clase de persona que somos.
Una de mis primeras noches en Pekín, compartí mesa con universitarios de distintas partes del planeta. Cada uno habló sobre su ciudad y país de origen, qué le había traído a China, sus estudios y los idiomas que dominaba. Sus historias eran diversas, ninguna se parecía a la otra, pero observé un denominador común en todas ellas, el uso de una figura gramatical predominante: el verbo.
‘Hacer’, ‘querer’, ‘poder’, ‘soñar’, ‘enamorarse’, ‘viajar’, etc. Me di cuenta de que mis compañeros sentían predilección por los verbos. Apenas utilizaban adjetivos, no perdían el tiempo calificando las cosas o poniéndoles atributos. El resultado eran discursos que desprendían un entusiasmo desbordante, narraciones que movían a la acción, que contagiaban energía.
Los jóvenes lo tienen todo por hacer, un futuro por construir, mil elecciones por delante. Viven en el territorio de la acción. Por eso, el verbo es la figura gramatical que mejor se adapta a sus necesidades expresivas. ¿En qué momento dejamos de hablar de nuestras pasiones y sueños para dedicarnos a criticar a los demás? ¿Cuándo paramos de prestar atención a nuestras capacidades, a la fuerza de nuestras decisiones, para instalarnos en la queja y el conformismo?
Los discursos de las personas atractivas, de aquellas que queremos tener cerca, están repletos de verbos. Da igual que tengan 20 o 60 años. El verbo es el motor que posibilita el movimiento, lo que nos libera de la parálisis del adjetivo. Hablar de lo que nos mueve, de lo que queremos hacer, en lugar de calificar a los demás, nos hace mejores y, por qué no, también más guapos y jóvenes.
La capacidad de aprendizaje, que es el verdadero elixir de la eterna juventud, se mantiene viva a base de verbos. Y la frustración, que tanto nos envejece (y envilece), se combate con acción y entusiasmo (que etimológicamente significa ‘tener a Dios dentro’, es decir, estar poseído o un poco loco). Gracias a mis jóvenes maestros de Pekín: Celia, Pablo, Matías, Paula, María, Félix, Sara, Noris y Miran, por enseñarme que el verbo es el motor.
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