LIMÓN&vinagre

Rania de Jordania, la reina que habla claro

Emma Riverola

El 7 de octubre, Hamás cometió una matanza en Israel. Desde entonces, Israel ha sometido a Gaza a bombardeos inclementes y a un sitio medieval. «Hemos visto a madres palestinas que tienen que escribir los nombres de sus hijos en sus manos, porque las posibilidades de que sus cuerpos se conviertan en cadáveres son muy altas. Solo quiero recordar al mundo que las madres palestinas aman a sus hijos tanto como cualquier otra madre en el mundo. ¿Nos están diciendo que está mal matar a una familia, a una familia entera, a punta de pistola, pero que está bien bombardear hasta matarlos? El doble rasero es evidente. ¿Por qué cuando Israel comete estas atrocidades vienen bajo el disfraz de defensa propia, pero cuando hay violencia por parte de los palestinos se llama inmediatamente terrorismo? ¿La palabra terrorista es exclusiva para musulmanes y árabes? El mundo apoyó a Israel, pero ahora solo vemos silencio. El silencio es ensordecedor. Y hace que el mundo occidental sea cómplice. Muchos en el mundo árabe vemos que esto no es solo tolerar (la violencia) sino también apoyarla y facilitarla. Es profundamente decepcionante».

Vestida con un suéter negro -tan oscuro como ese negro absoluto con el que ha cubierto su perfil en Instagram y X- la reina de Jordania, reina también de la crónica rosa y de las redes sociales, denunció en la CNN el doble rasero de Occidente. Calificó a Israel de «régimen de apartheid», y no hubo una pizca de exageración en sus palabras. Esa es la clasificación que B’Tselem, el Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, utilizó en 2021 para calificar «un régimen que implementa leyes, prácticas y violencia estatal diseñadas para cimentar la supremacía de un grupo, los judíos, sobre otro, los palestinos. La división en Sudáfrica se basó en la raza y el color de la piel, en Israel se basa en la nacionalidad y el origen étnico». Esa es la realidad, y así la describe una organización israelí.

Poderosa, atractiva, elegante, moderna y musulmana sin velo, Rania Al-Yassin (Kuwait, 1970) es la mujer árabe que fascina al papel couché. Hija de padres palestinos exiliados, se formó en escuelas internacionales y cursó Administración y Dirección de Empresas en la American University de El Cairo. Trabajó en varias empresas en Amán (ciudad a la que su familia se trasladó, después de la invasión de Kuwait por Irak) y allí conoció a Abdalá bin Al Hussein, un príncipe que no estaba destinado al trono, hasta que el rey Hussein le nombró heredero dos semanas antes de fallecer.

Durante décadas, Rania ha representado a una Jordania moderna y atractiva, pero no siempre ha recabado el aplauso de los jordanos. Durante la primera década del siglo XXI, los años que siguieron al 11S, la sociedad conservadora jordana desconfiaba de su protagonismo político. Su compromiso con los derechos de la infancia y de la mujer generaba sospechas. Se creía que su trabajo en fundaciones propias o en coordinación con organismos internacionales influía en exceso en los designios del país. Las filtraciones de Wikileaks confirmaron su ascendencia.

También su querencia por el boato cosechó las críticas. Su gran paso en falso fue la celebración de su 40 aniversario: 600 invitados fueron conducidos al desierto de Wadi Rum y agasajados con un lujo que casaba mal con la pobreza de la población. Consciente de la brecha que se abrió con el dispendio, la reina recondujo su presencia en las redes, utilizándolas como un escaparate de su trabajo social.

Poder propio

Rania es algo más que un cúmulo de imágenes bellas, su voz también es poderosa. Y no ha dudado en utilizarla. Ahora y en el pasado. «A ISIS hay que quitarle la i, de islámico no tiene nada», afirmó en 2015, el año de los atentados de París. «Esta lucha es una lucha entre el mundo civilizado y un puñado de locos que quiere que volvamos a la Edad Media».

Rania es la elegancia que acapara titulares frívolos sobre su largo de falda o el tono de su maquillaje, pero también es la mujer que ha sabido construirse un poder propio a través de la fascinación que genera. Desde su atalaya cincelada en glamur, llega a una parte de la sociedad que no se reconoce en el islam de los intolerantes, inspira a tantas mujeres árabes que quieren desprenderse del yugo tradicional y se esfuerza por romper los estigmas que sesgan la mirada de Occidente. El activismo también viste de ropas de lujo.

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