La Feliz Gobernación

La Mudita

El rey Felipe impone el Collar de la Orden de Carlos III a la princesa Leonor, en un acto celebrado en el salón de Carlos III del Palacio Real.

El rey Felipe impone el Collar de la Orden de Carlos III a la princesa Leonor, en un acto celebrado en el salón de Carlos III del Palacio Real.

Ángel Montiel

Ángel Montiel

A la ceremonia de ayer le vi un roto. Habló la presidenta del Congreso, Francina Armengol, para resumir el programa del PSOE como admonición para la futura reina, y citó a tres poetas en otras tantas lenguas autonómicas, aunque a ninguno en la común, a no ser que tengamos por poeta a Peces Barba, del que refritó alguna frase insulsa. Pero no es a esto a lo que me refiero, sino al hecho de que la princesa instituida como heredera no clausurara el acto en las Cortes con un discurso propio, de manera que, ya que todos los reyes merecen apodo, tras el Campechano y el Preparao podríamos sugerir para Leonor el de la Mudita.

El protocolo no contempla en estos casos un discurso del heredero o heredera, pero los protocolos se pueden y deben cambiar, sobre todo cuando los hermeneutas del acontecimiento proclaman que la monarquía que a Leonor le tocará protagonizar habrá de ser muy distinta a la que procede de los flecos de la Transición, pues los tiempos requerirán una profunda adaptación. 

El primer paso debiera ser que la infanta, en un acto fundacional como el de ayer, se expresara más allá del juramento formal y nos ilustrara sobre su concepción del mundo. Así podríamos valorar, sin quedar limitados al lenguaje no verbal (su obvia juventud, el que vistiera pantalones o que disponga de una buena formación y mejor disposición) lo que piensa sobre su tiempo y cómo concibe su papel en tan destacada función. Al no hacerlo, todo queda en manos de exégetas, aduladores o detractores, que en realidad enuncian sus propios deseos y enjuician símbolos en vez de expresiones concretas. 

En una monarquía parlamentaria, los reyes reinan, pero no gobiernan; sin embargo, en ningún lugar está escrito que no deben hablar. La heredera no es una estatua, y en una circunstancia como la de ayer habríamos querido escuchar un discurso personal en la sede de la soberanía nacional, fuera de corsés como el escueto formalismo repleto de obviedades de sus palabras en el Palacio Real, para saber quién es esta mujer. 

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