El prisma

El odio al judío

Los israelíes tienen que dejarse masacrar para que la izquierda occidental, que vive tan ricamente a salvo de estas salvajadas, mantenga su conciencia limpia y aluda a las masacres perpetradas por los asesinos islamistas como el daño colateral de un conflicto político

Pablo Molina

Pablo Molina

Israel debería ser el país de referencia de todos los izquierdistas, porque no hay otro lugar donde adquieran carta de naturaleza cotidiana los fenómenos políticos más radicales y tengan cabida iniciativas del viejo marxismo como los kibutz, las comunas agrícolas autogestionarias diseñadas por los comunistas rusos, que solo en la patria judía han funcionado hasta nuestros días. Sin embargo, lejos de suscitar el afecto de la izquierda mundial, Israel concita el odio de todos los progresistas, sin distinción de familia política o nacionalidad. El aborrecimiento de la izquierda hacia los judíos es tan intenso que ni siquiera las salvajadas cometidas por los terroristas palestinos el pasado fin de semana lleva a sus integrantes a moderar los ataques al pueblo israelí. Al contrario, el desprecio hacia las víctimas es todavía mayor tras las dimensiones de la masacre perpetrada por los asesinos de Hamás, porque por fin alguien castiga a los judíos como se merecen.

Más de mil civiles inocentes masacrados, bebés decapitados, mujeres jóvenes violadas con el cañón de los fusiles, pasadas después a cuchillo y, finalmente, profanados sus cuerpos entre alaridos de entusiasmo de la gente en las calles no han sido argumentos suficientes para que los europeos que se declaran de izquierdas moderen su judeofobia. En su lugar, han organizado manifestaciones de apoyo a los asesinos acusando a las víctimas de haber provocado su exterminio. Entre esa actitud y la de los partidos nacionalistas del País Vasco, cuando los asesinos de ETA mataban a un concejal a la vista de sus hijos, no hay ninguna diferencia. Distintas víctimas, pero el mismo grado de vileza. En ambos casos, para vomitar.

Los palestinos de Gaza viven tiranizados por Hamás, como los que habitan en Cisjordania soportan el yugo de la otra facción palestina, Al Fatah. Las élites de ambas organizaciones disfrutan de un holgado tren de vida robando a espuertas el dinero que los demás países entregan cada año para mejorar la vida de los refugiados palestinos. Un dineral que los dirigentes dilapidan en vidas de lujo y armamento para seguir alimentando el conflicto, gracias al cual viven como potentados. Solo así se entiende que después de décadas recibiendo miles de millones de euros al año, los palestinos en ambos territorios no tengan acceso apenas al agua corriente.

Pero eso no es culpa de Israel, sino de la mafia palestina que utiliza a su pueblo como carne de cañón. Ahora, además, los israelíes tienen que dejarse masacrar para que la izquierda occidental, que vive tan ricamente a salvo de estas salvajadas, mantenga su conciencia limpia y aluda a las masacres perpetradas por los asesinos islamistas como el daño colateral de un conflicto político.

Israel es la única democracia de Oriente Medio y el bastión de Occidente frente a la barbarie medieval islámica. La zona que los terroristas palestinos han masacrado es donde vive una amplia mayoría de izquierdas, no en vano los principales kibutz están en esa área del país. Pero eso no le ha servido a las víctimas para alcanzar la compasión de sus correligionarios occidentales. La izquierda prefiere defender a los asesinos, verdugos enloquecidos que chorrean de sangre inocente después de haber cometido atrocidades pocas veces vistas a lo largo de la historia de la humanidad. Ese es el nivel moral de la izquierda española, cuya judeofobia es uno de los elementos sustantivos que da sentido a su visión del mundo.

La legitimidad residual que pudieran tener los ‘pijoprogres’ occidentales en defensa de los más débiles desaparece cuando no son capaces de llamar asesinos a los que decapitan a unos bebés. Eso es lo que nos toca soportar.

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