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Pilar Barreiro y José Antonio, tanto monta, monta tanto

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Conocí a Pilar Barreiro a mediados de los años ochenta por su relación de consorte con un buen cliente y amigo mío, José María Lara. Pilar me cayó bien desde el primer momento por su forma de ser desinhibida y por sus brillantes dotes de conversadora. Aún mejor me cayó cuando apoyó mi candidatura a Joven Empresario de ese año, que gané, creo, por méritos propios. 

Un par de años después conocí a José Antonio Alonso, en este caso porque iba de número dos de la candidatura del PSOE encabezada por Antonio García Pagán al ayuntamiento de Cartagena. Otro buen amigo, Joaquín Sánchez, me había liado para llevar la campaña electoral con una perspectiva profesional y ahí tuve la oportunidad de compartir interminables charlas, después del correspondiente y obligado mitin diario, con ‘el camotín’, como cariñosamente le llamaban los compañeros del cole. 

Aunque los que me conozcan saben que mis afinidades ideológicas no están precisamente con la izquierda (tampoco necesariamente contra ella de forma sistemática) accedí a llevar la campaña de García Pagán porque me parecía un candidato idóneo, y estoy todavía convencido de ello. Por lo menos, mucho más positiva que el oscuro período cantonal que sucedió a la victoria en las urnas de Antonio Vallejo, un alcalde sobrado de bonhomía personal pero falto de los apoyos externos y energía personal necesarios para un cargo tan relevante en un momento decisivo.

Precisamente las conversaciones mantenidas con Alonso me hicieron alegrarme sobremanera de que obtuviera la alcaldía en las municipales del 91. Precisamente por su visión clara y apasionada del futuro de la ciudad a la hora de recuperar su conexión con el mar, fue capaz de convencer a Josep Borrell y a su equipo de entonces de que la apuesta merecía la pena.

Con José Antonio Alonso empezó la transformación de la ciudad, que continuó y se consolidó con el extenso período en de Pilar Barreiro, cuyo ascenso a la alcaldía también me alegró, aunque la relación personal ya se había enfriado por motivos ajenos a ambos. A Alonso le tocó lidiar con el difícil período de los disturbios en Cartagena, mientras que Barreiro tuvo mayormente vientos de popa. En cualquier caso, el uno sin la otra, o la otra sin el uno, no hubiera sido posible la renovada Cartagena que disfrutamos ahora.

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