El prisma

Alforjas sin mercancía

Feijóo se atascó en defender su ‘victoria’ electoral, que no le sirve para gobernar de ninguna de las maneras por algo que él mismo procuró: su alianza con Vox

Alberto Núñez Feijóo en el Congreso durante la segunda votación a su investidura.

Alberto Núñez Feijóo en el Congreso durante la segunda votación a su investidura. / Juan Carlos Hidalgo

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Se oyen cercanos los ecos de la falluta investidura del líder del PP, Núñez Feijóo, y ya estamos instalados en el intento de Pedro Sánchez de conseguir lo mismo que su rival: ser presidente del Gobierno de España. El resultado de las sesiones de esta semana era tan previsible como inane. Viéndolo desde fuera y desde lejos, la pregunta es por qué se ha producido el empeño del frustrado candidato en recorrer ese camino a ninguna parte.

Su empecinamiento pareció en algunos momentos exclusivamente destinado en dejar claro que él ganó las elecciones. De su programa para gobernar habló poco. Se suponía que debía, puesto que era el candidato. Pasó olímpicamente y se atascó en defender su ‘victoria’ electoral, que no le sirve para gobernar de ninguna de las maneras por algo que él mismo procuró: su alianza con Vox.

Hay quien piensa en buena lógica que ese ha sido el mayor error del PP desde que nos metió de hoz y coz en la guerra de Irak para mentir después con descaro sobre la autoría de los atentados del 11-M. Como fuere, lo peor de la alianza de Feijóo con la extrema derecha es la miopía de insistir una y otra vez en intentar captar al PNV para su causa, cosa a la que el partido tradicional vasco se negó una y mil veces, precisamente porque no está dispuesto a compartir viaje con Abascal.

Pero Feijóo reiteró su propuesta hasta el aburrimiento, sin querer reconocer la imposibilidad de su concreción. Más solo que la una en el terreno constitucional, a su PP no le quedó otra que proponer una moción de censura preventiva al estilo de alguna guerra librada por Estados Unidos en Oriente Próximo: «’ellos’ usarán amnistía y referéndum como palancas para llegar al gobierno; ‘nosotros’ luchamos contra esa medida de gracia antes de que se produzca».

Lo malo es que el instrumento de esa lucha patriótico-mesiánica ha sido el falluto intento de investidura, conocido como era que iba a fracasar. Los constitucionalistas sabrán, pero se antoja inexplicable que la Jefatura del Estado se prestara al juego de designarlo candidato a pesar de su anunciado fiasco y aceptando el equívoco juego de que el PP fue el más votado. El parlamentarismo tiene estas cosas.

Consiguió el candidato algo que ya tenía: es el jefe de la oposición, si Sánchez consigue formar gobierno y no hay nuevas elecciones. Si las hubiera, habrá que ver qué papel reserva el destino a Feijóo. Si no, el país se podía haber ahorrado estas sesiones ‘fake’ de investidura, que no han servido para otra cosa que certificar el incierto futuro del PP como partido gobernante en España mientras siga aliado con Vox. Porque también se antoja imposible el deseo secreto que tiene el PP de reabsorber a Vox –derechizándose aún más, claro– para llegar a la mayoría absoluta. No es el único partido europeo de centroderecha que tiene esa aspiración. Pero el viento no sopla de ahí.

Así que el frustrado candidato se dedicó más a mentar la bicha que a explicar su programa. Quizá fuera porque reconocía que su investidura era imposible y solo aspiraba a colocarse preventivamente contra algo que aún no estaba sobre la mesa. Y de paso, aposentar sus reales firmemente sobre el sillón, no sea que alguien pretenda movérselo, sabiendo que su investidura sería falluta y sin reparar en que servirá de pasarela para el denostado Sánchez, al que los del procés se lo ponen cada vez más difícil, sumando ahora el referéndum a la amnistía: otra salida de pata de banco producto de la rivalidad ERC-Junts. Dicen que para determinados viajes no se necesitan alforjas. El de estos días ha sido uno. Toca a Sánchez volver a empezar. 

Veremos si hay mercancía para llegar al final o se repite la jugada.

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