Una vida de cine

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

El último libro en caer en mis manos, más concretamente desde las estanterías de mi hermana, donde se acumulan sus lecturas más recientes y aquellas que aún no ha podido abordar mientras ella sigue adquiriendo nuevos ejemplares sin remedio, ha sido un repaso, en artículos, de la vida de la periodista y guionista americana Nora Ephron.

La responsable de escenas tan maravillosas como aquel orgasmo fingido de Meg Ryan en un restaurante en Cuando Harry encontró a Sally consigue tu simpatía en No me acuerdo de nada con ese tono desenfadado, mordaz y divertido tan característico.

Aprovechando su tamaño de bolsillo, lo comencé en un viaje en tren en familia y, desde entonces, lo llevo siempre en el bolso para matar los tiempos de espera entre extraescolares.

Una de las historias que más me ha gustado, además (evidentemente) de la que relata su historia de amor con el periodismo, es La Leyenda, en la que hace un retrato de su infancia y su familia. Me fascinó el mundo en el que le tocó vivir desde tan pequeña, con unos padres «en el negocio» del cine (como ella misma explica) y con el largo desfile de personajes del momento que acudían a las habituales fiestas en su casa.

Habla también de veladas en familia en el salón de estar conversando sobre política y literatura. Habla de compartir momentos y confidencias.

En gran medida, esa complicidad es la que intentamos buscar en casa, haciendo partícipes de todas, o casi todas, las facetas de nuestra vida a nuestros hijos. Se trata de que algún día, cuando nos hayamos ido, mis hijos también recuerden aquellas historias que un día les contamos, que puedan hablar de encuentros enriquecedores con un elenco variopinto de personajes que pusimos en sus vidas y que puedan sentir interés por el trabajo o la labor que desempeñamos en vida.

Ephron dice casi textualmente que «su madre lo tenía todo», incluso antes de que se inventara lo que era tenerlo todo. «Era una diosa». Una mujer capaz, moderna y preparada que, sin duda, la habría marcado de por vida. Incluso aunque años después «destrozó toda esta historia» llegando a morir alcoholizada.

Obviando este último punto, lógicamente, pienso en mis hijos y me gustaría que algún día sintiesen por nosotros esa admiración o gratitud porque, con nuestras limitaciones, tratamos de ser mejores para ellos. 

Esforzándonos en no caer en la monotonía ni en lo simplón para que tuvieran, desde bien pequeños, experiencias y secuencias vibrantes cuyo ‘montaje’ les regale una vida de cine.

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