La singularidad en el arte rupestre levantino

El arte levantino participa de unos rasgos definidores en todo el territorio en el que se implanta, desde Huesca y Lérida por el norte, hasta Almería y Granada al sur

Berrea del ciervo. Solana de las Covachas (Nerpio).

Berrea del ciervo. Solana de las Covachas (Nerpio). / Foto de A. Carreño y dibujo de A. Alonso.

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

En la declaración del arte rupestre del arco mediterráneo de la Península Ibérica como Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1998, se justificaba tal distinción porque se trata de «un conjunto de excepcional envergadura, en el que se muestra de forma vívida una etapa crucial del desarrollo del ser humano mediante pinturas que, por su estilo y temática, son únicas en su género». Esta descripción hace referencia explícita al arte levantino, aunque por alguna razón en la declaración final se incluyó también el arte esquemático, que no es único ni exclusivo como aquel, lo que dio lugar a esa etiqueta tan genérica como inespecífica de ‘Arte rupestre del arco mediterráneo’.

Pero más allá de esta cuestión terminológica y de la aludida originalidad que envuelve al arte levantino, hoy queremos destacar una de sus peculiaridades, como es la excepcionalidad que envuelve a muchas de sus representaciones. Para que podamos hablar de estilo artístico es preciso constatar la existencia de una serie de características que sean comunes y permanentes, aun cuando pueda haber ligeras variaciones y tendencias dentro del mismo que no traspasen los límites marcados por aquellas. En este sentido, el arte levantino participa de unos rasgos definidores en todo el territorio en el que se implanta, desde Huesca y Lérida por el norte, hasta Almería y Granada al sur. Unos mismos procesos técnicos, unos modelos figurativos semejantes y una base temática homogénea confirman al levantino como un estilo artístico con identidad propia, claramente diferenciado de otros, como el precedente paleolítico o el posterior esquemático.

Es por ello que ya estemos en un yacimiento de Tarragona o de Murcia su contenido, tanto en lo técnico como en lo iconográfico, nos resulta familiar en ambos casos. Pero, junto a estos detalles comunes, también hay lugar para lo regional. A ello obedece, por ejemplo, que en los conjuntos del grupo del Alto Segura veamos repetido, con carácter privativo, ese tipo de figura femenina que ya conocemos: de cuerpo excesivamente alargado, piernas cortas, brazos flexionados y pies alineados, vestidas con una especie de falda ligeramente acampanada. Por el contrario, aquí no encontramos tipos de figura humana frecuentes en sectores más septentrionales, como son los modelos denominados ‘Centelles’ o ‘Civil’, entre otros. O como sucede también, dentro de la iconografía, con las representaciones de jabalí, que en todo el arte levantino apenas llegan a medio centenar y que muestran una manifiesta concentración en torno a los conjuntos de Castellón y Tarragona, hasta el punto de que desde el Júcar hasta el límite más meridional del arte levantino tan solo conocemos el ejemplar pintado en el abrigo segundo de la Fuente del Sabuco, en Moratalla.

Pero la singularidad en el arte levantino va más allá de una aparente distribución de ciertos temas o motivos en un contexto regional, llegando al extremo de documentar representaciones que son únicas, independientemente del núcleo artístico en el que se encuentren. Así sucede, si citamos ejemplos de nuestro cercano grupo del Alto Segura, con la imagen de un prótomo de ciervo en plena berrea en Solana de las Covachas o del conocido toro del Corniveleto, pero también con escenas como las formadas por un oso y una mujer en Cañaica del Calar, y por las dos mujeres y el sol en La Risca, que vimos en un artículo anterior; o también con la cacería con piedras del Arroyo de los Covachos y la tríada sagrada del Abrigo del Barranco Segovia. En todos estos casos, estamos frente a figuras y composiciones que no se repiten en ningún otro yacimiento, ni siquiera dentro del propio grupo artístico al que pertenecen. Y esto hace que el arte levantino se distancie también de otros estilos prehistóricos en los que la reiteración mimética de modelos es lo frecuente.

Resulta lógico que nos preguntemos a qué obedece esto, y hemos de reconocer que no tenemos respuesta. Sabemos que los modos de vida de los grupos de cazadores recolectores autores del arte levantino son prácticamente los mismos en todo el territorio, y cabe pensar que el fundamento simbólico que origina y sustenta al propio arte también lo es. Incluso si consideráramos que el estilo levantino no es más que la expresión de unos modos de vida con una intención meramente historicista, sin carga alegórica alguna, se hace igual de difícil explicar el porqué de estas escenas y figuras excepcionales. Antes mencionábamos el llamativo caso de la imagen del jabalí. A su número exiguo dentro del arte levantino se une esa concentración en un área muy concreta, lo cual no se explica porque no hubiera animales de esta especie en otros sectores. Al contrario, los había por igual. En otro artículo comentamos que los animales para las sociedades de cazadores representaban mucho más que su simple naturaleza mortal. Los valoramos como alegorías de otros conceptos revestidos seguramente de cierta sacralidad. Ello explicaría, tal vez, por qué unas especies animales se pintaban y otras no. Pero ahora la cuestión es más compleja. Se trataría de determinar por qué algunos motivos y temas se pintan una sola vez. Mucho nos tememos que, salvo constatar el hecho, poco más se puede decir. Es evidente que no encontramos respuestas para todos aquellos interrogantes que el arte prehistórico nos plantea, y este es uno de ellos.

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