Tribuna Libre

China ante la amenaza de la 'Japonización'

Los inversores y analistas internacionales están divididos acerca de la salud económica de China. No obstante, la amenaza existe y el gigante asiático puede ver frenado su desarrollo, como le sucedió a Japón a partir de la década de los años noventa

L.O.

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Isidre Ambrós

China ha desconcertado este verano a todo el mundo. A los inversores globales y a las propias autoridades locales. Se suponía que este año el gigante asiático iba a reactivar la economía doméstica y contribuir a impulsar la del planeta entero con su reapertura de fronteras, tras tres años de cierre total por su dura política anticovid. La realidad, sin embargo, ha resultado ser muy distinta y la debilidad de sus datos económicos, especialmente los correspondientes a julio y agosto, ha activado todas las alarmas y ha puesto en cuestión la salud de la economía china. Las últimas cifras publicadas por Pekín sitúan al país asiático a las puertas de una etapa de bajo crecimiento económico y de deflación o de una tasa de inflación prácticamente plana, con un consumo débil. Un panorama que recuerda a las dos décadas perdidas de crecimiento deprimido que sufrió Japón desde los años noventa. Lo que se conoce como «japonización». Una situación en la que se podría ver envuelta China debido a la debilidad de sus resultados económicos, plasmada en un alza del 0,8% del PIB en junio, frente al 2,2% registrado en el primer trimestre del año, lo que podría echar por tierra los planes de su presidente, Xi Jinping, de que el gigante asiático supere a Estados Unidos y se convierta en la primera potencia mundial en 2035.

Ciertamente, las épocas son distintas, pero los elementos que concurren en las dos grandes potencias económicas asiáticas son coincidentes, aunque también hay diferencias, como es el mayor tamaño de China y su influencia en la economía global, que es superior a la que tenía Japón en 1989. El gigante asiático representa ahora el 20% del comercio global, mientras que en su momento álgido Japón sólo llegó a suponer el 7%. Un dato inquietante por otra parte, ya que sugiere que cualquier revés chino puede implicar una crisis enorme en los mercados internacionales y en las cadenas de suministro, lo que explica que los inversores observen con lupa las decisiones de las autoridades de Pekín.

Los inversores y analistas internacionales están divididos acerca de la salud económica de China. No obstante, la amenaza existe y el gigante asiático puede ver frenado su desarrollo, como le sucedió a Japón a partir de la década de los años noventa. Una posibilidad inducida por varios factores. China, como en su día Japón, sufre una profunda crisis inmobiliaria; padece una etapa de desaceleración económica, con señales de deflación; y tiene una población que envejece rápidamente, sumado a una fuerte caída de la tasa de natalidad difícil de remontar, lo que cuestiona el mantenimiento de la productividad y su futuro ritmo de crecimiento económico.

En los años ochenta del siglo pasado Japón se convirtió en una potencia exportadora que inundaba los mercados de todo el mundo. Como ahora China. Su dinamismo empresarial inquietaba a los políticos y empresarios occidentales en general y estadounidenses en particular, que temían verse arrollados por la industria japonesa. Pero en 1990 todo cambió, las burbujas inmobiliaria y bursátil estallaron y la floreciente economía nipona se derrumbó. Los consumidores y las empresas redujeron sus gastos y se concentraron en afrontar sus hipotecas y sus deudas, con lo que se redujo el consumo. Y las clases medias, intentaron ahorrar ante el envejecimiento de la población, aunque ello no estalló de forma visible hasta unos años más tarde.

Un panorama similar es el que registra ahora China. Su sector inmobiliario atraviesa una grave crisis, si bien se desconoce qué tan grande es la burbuja y si ha estallado. Lo único cierto es que muchas empresas de este sector, que aporta el 30% al PIB nacional y el 80% de la riqueza de los chinos, han ido a la quiebra, han dejado viviendas inacabadas y a sus compradores con hipotecas pendientes, además de miles de trabajadores en paro. Una situación que añade presión a los chinos, inquietos porque el coste de la vida crece más rápido que sus salarios y sus expectativas profesionales cada vez son más sombrías. Temor que han alimentado las autoridades de Pekín al anunciar que dejaban de publicar la tasa de paro juvenil (18-24 años), que en junio señalaba el 21,3%, porque no respondía a la realidad.

Este panorama, sumado al rápido envejecimiento de la población, explica que los chinos hayan optado por el ahorro en lugar de lanzarse a consumir, como el gobierno de Pekín esperaba que hicieran en cuanto levantaron las restricciones por el covid. Una contención que se tradujo en que la tasa de inflación en junio permaneciera plana (0%), en julio cayera un 0,3% y en agosto registrara un alza del 0,1%. Unos resultados que han avivado el fantasma de la deflación y que China se haya asomado a la temida japonización. Una situación apuntalada por unos bajos niveles de crecimiento económico y caída continua de las exportaciones, que generan un exceso de oferta.

Un escenario que dibuja un futuro incierto para la economía china, agravado por la limitada capacidad que dispone el gobierno para anunciar estímulos y enfrentar reformas estructurales pendientes. En el pasado, cuando había problemas de crecimiento, Pekín apostaba por estimular la economía mediante la inversión en infraestructuras y apoyos al mercado inmobiliario. Pero ahora esta posibilidad está descartada y, además, los gobiernos locales están luchando con las enormes deudas contraídas en el pasado para financiar proyectos de dudosa rentabilidad para mantener la actividad económica.

Una situación de incertidumbre agravada por el clima de guerra fría que describe la relación de China con Estados Unidos, que ensombrece aún más el futuro del país asiático. Las restricciones comerciales y tecnológicas impuestas por Washington y sus aliados para bloquear el acceso de China a tecnologías avanzadas y reducir la dependencia de las cadenas de suministro chinas han provocado una caída de la inversión extranjera directa en el gigante asiático este año. Un factor que, a su vez, podría contribuir a desacelerar aún más el crecimiento económico a largo plazo y alejar a China de su objetivo de superar a Estados Unidos y convertirse en la primera potencia mundial en el 2035.

Una suma de problemas que empuja a China hacia el abismo de la japonización y cuya única forma de evitarlo es la de acudir al sector privado y permitir que se desarrolle sin trabas, en la medida en que es la principal fuente de crecimiento y de empleo del gigante asiático desde hace años. Una solución que está en manos del presidente chino Xi Jinping, siempre receloso de apoyar de forma clara a los empresarios y de anteponer la seguridad nacional y la estabilidad al crecimiento económico. De él dependerá, en definitiva, que China forme parte del exclusivo club de países tecnológicamente avanzados y de altos ingresos per cápita en los próximos años o todo quede en un gran sueño.

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