Arenas movedizas

Abuso y cancelación

La cultura de la cancelación refiere a la retirada de todo tipo de apoyo, social, financiero, laboral, a personas cuyo comportamiento, cuyas actuaciones, cuyos comentarios, se consideran hoy inadmisibles

Woody Allen, Kevin Spacey, Luis Rubiales, Plácido Domingo y Marilyn Manson.

Woody Allen, Kevin Spacey, Luis Rubiales, Plácido Domingo y Marilyn Manson.

Jorge Fauró

Jorge Fauró

A raíz del beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso, las redes sociales se poblaron de testimonios de mujeres que recordaban cómo las denuncias contra sus superiores por hechos similares cayeron en saco roto en el tiempo en que se produjeron. Conocidos periodistas o representantes del mundo del espectáculo se apresuraron a cerrar sus cuentas y a desaparecer socialmente ante el aluvión de comentarios, muy pocos de ellos amables. En el caso de los testimonios más sólidos, aquellos a los que se iban sumando mujeres -también algunos hombres- que habían sufrido casos claros de machismo en el trabajo, «ofertas» sexuales y acoso laboral, los señalados han acabado arrinconados, cuando no sin trabajo, amonestados por miles de usuarios de internet y no por quien les pagaba, que debieron tomar medidas entonces. Algunos de ellos presumían de feminismo militante. No han vuelto a asomar. 

Al margen de actuaciones judiciales, el precio abonado por sus abusos ha sido la cancelación, un coste que, injustamente, también están pagando algunas de las que denunciaron, forzadas a aguantar capillitas y a evaporarse de la vida pública ante los insultos y descalificaciones de quienes bajo identidades anónimas se han atrincherado en los habituales «se acostó con él porque quiso» o «que hubiera denunciado antes». Muchas lo hicieron y no pasó nada.

La cultura de la cancelación refiere a la retirada de todo tipo de apoyo, social, financiero, laboral, a personas cuyo comportamiento, cuyas actuaciones, cuyos comentarios, se consideran hoy inadmisibles, por más que en tiempos pasados contaran con la comprensión, el jaleo o la indiferencia de una amplia mayoría. Enseguida pensé en Woody Allen, preguntado por el beso de Rubiales en plena promoción en el Festival de Venecia. «Es solo un beso», respondió el director de Manhattan. Tampoco podíamos esperar una respuesta muy diferente del cineasta neoyorkino, el ejemplo más claro de que se puede ser un genio del cine y al mismo tiempo seducir a una hija adoptiva y acabar casándose con ella mientras la expareja le acusa de abusar de otro hijo. A final resulta complicado disociar el artista de la persona, aclamar a uno sin albergar prejuicios sobre el otro. El caso es que el cine de Allen, del que no se puede decir que haya sido cancelado en Europa, tiene ahora mucha menos relevancia en su propio país -y no solo por la calidad de sus películas- que la que acumuló en sus años de gloria, que en EEUU tampoco fue multitudinaria entre el gran público, no así entre la crítica y la Academia, que le reconocieron a menudo.

Las celebridades señaladas por casos demostrados de abuso sexual, comportamientos machistas o ‘mobbing’ saben ya que el recorrido de su conducta no tiene más final que la aplicación de las leyes y la cancelación. Lo saben Bill Cosby, Kevin Spacey o Marilyn Manson. Todos ellos tipos bajo sospecha, cancelados. Lo sabe incluso Plácido Domingo, al que llegaron a suspender conciertos en Estados Unidos y en Latinoamérica, no así en España, donde fue ovacionado tras hacerse públicas denuncias de compañeras por supuesto acoso sexual.

La cancelación es un claro caso de justicia poética antes de que decida la justicia ordinaria. Pero conlleva riesgos. El primero de ellos es la cancelación derivada del falso testimonio. Puede ocurrir. Sin embargo, es un elemento con el que, hasta hace muy poco, ni siquiera contábamos. Se conocían los hábitos inadmisibles de Fulano y se le perdonaba porque contaba con el factor de la fama para salir airoso sin grandes esfuerzos. El #MeToo comenzó a sentar las bases de que las prácticas machistas no debían ser tomadas como algo anecdótico y a la ligera. Menos aún en vidas supuestamente ejemplares al amparo de los focos. Si María Jiménez se casó varias veces con Pepe Sancho, ella sabría por qué, pero al actor valenciano nunca le faltaron papeles, a pesar de que la vida de malos tratos que llevó la intérprete de Se acabó era de dominio público.

Si para algo sirven los #MeToo y los #SeAcabó es para que las empresas y la sociedad piensen detenidamente si deben seguir cobijando a personas cuya improbidad está demostrada. Demostrada, valga el apunte. Es el primer paso para que en el futuro cancelemos a esas personas anónimas que lejos de la fama, la popularidad y las redes sociales continúan abusando a sus anchas, en la privacidad de sus trabajos y hogares, exigiendo favores sexuales a cambio de empleo o haciendo la vida imposible a compañeros y compañeras del ámbito laboral.

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