A pijo sacao

Inteligencia artificial sin paranoias catastrofistas

Cilian Murphy en ’Oppenheimer’.

Cilian Murphy en ’Oppenheimer’. / EPC

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Siempre sucede lo mismo con los grandes avances tecnológicos. Los agoreros del futuro catastrófico declaran la extinción del mundo que conocemos y el fin de la raza humana a manos de las fuerzas desatadas del avance tecnológico. ¡Qué sería del subgénero de la ciencia ficción terrorífica sin estos profetas del apocalipsis tecnológico! 

Y no sólo de la ciencia ficción. Estos días se ha estrenado en el cine una película biográfica sobre J. Robert Oppenheimer, el científico que dirigió el proyecto que dio lugar al mayor descubrimiento tecnológico del siglo XX, junto con la doble hélice e internet: la energía nuclear procedente de la fisión del átomo. Precisamente este científico, con su mezcla de orgullo inicial y arrepentimiento posterior, confirmó en la realidad un modelo de inventor que ya se había consagrado en la literatura universal con el Frankenstein de Mary Shelley.

Por lo demás, ahora estamos a vueltas con el salto de rana que ha dado la Inteligencia Artificial, sobre todo en su versión generativa basada en modelos extensos de aprendizaje lingüístico. No me cabe duda de que, al igual que la energía nuclear evitó que la guerra fría deviniera en caliente (ahorrando cientos de millones de muertos en el camino y generando una fuente infinita de energía barata y básicamente limpia, lamentablemente desaprovechada), la IA generativa dará enormes satisfacciones a una amplia generación de administrativos, redactores y turistas, que verán sus aplicaciones de oficina, su acceso instantáneo a documentación de calidad y su capacidad de comunicarse en cientos de idiomas sin tener que aprenderlos, facilitados enormemente.

De todas las inmensas posibilidades que nos permitirá la IA, yo me quedo con la mejora enorme en la forma de relacionarnos con las entidades electrónicas caseras que ya nos facilitan la vida a día de hoy. Al fin y al cabo, ¿qué forma mejor de conocer lo que falta en nuestra nevera que preguntarle a la nevera misma?