Hirozonte de sucesos

Felices distopías

La escritora rusa Anna Starobinets

La escritora rusa Anna Starobinets / Mara Villamuza

Pedro Pujante

Pedro Pujante

La literatura de ciencia ficción rusa, como todas las literaturas, está conectada íntimamente a su contexto sociopolítico. Tras la llegada al poder del régimen estalinista las utopías rusas se tornaron distopías. El ejemplo más relevante y pionero de este subgénero se lo debemos a Zamiatin y su novela Nosotros, antecedente de Un mundo feliz y 1984. De aquellas aguas turbias parece abrevar Anna Starobinets, moscovita que desde hace un año reside en Georgia. En los siete cuentos que componen La glándula de Ícaro se respira el mismo ambiente opresivo. Son historias en las que fuerzas de un orden superior y opaco asfixian a sus protagonistas. Mundos (posiblemente ahora o en un futuro no muy lejano) en los que nada es lo que creemos a primera vista. Los personajes de estos cuentos buscan denodadamente la felicidad pero están abocados a la tragedia. Sociedades ‘felices’ en la que se elimina una glándula para desterrar la parte salvaje del hombre o se activa un gen para despertar una metamorfosis. Traspasar nuestra humanidad conlleva el riesgo de dejar de ser humanos o ser demonios alados o humanos vaciados, dormidos, inertes o palomas. 

En otro relato se recrea una suerte de ciudad idealizada a la que todo el mundo aspira a llegar, pero una vez en ella, el sueño parece tornarse una pesadilla. El protagonista, un escritor invitado a Siti, sufre paranoias, se siente controlado y perseguido. ¿Qué es Siti? ¿Una ciudad real, un simulacro, un parque de atracciones o un campo de concentración con la apariencia de mundo feliz? Otro escritor que se ve atrapado en una simulación, en un enredo absurdo y delirante, es el protagonista de El lazarillo. Un mundo también asfixiante que refleja con exactitud nuestro presente es el que se propone en Spoki. Las tablets se han convertido en el pasatiempo de todos los niños. Las tablets absorben las vidas de los niños y los aíslan del resto del mundo. ¿Estamos hablando de una distopía terrorífica o de nuestro presente?

Todos los protagonistas de estas distopías están afectados por algún tipo de cambio, de metamorfosis social, física, mental o metafísica. Quizá donde mejor se ejemplifica esta transformación es en El parásito, una fábula de ciencia ficción que retrata con crudeza e ironía una sociedad fanática con la religión y manipulada por la ciencia. La creación de un monstruo se erige como metáfora del nacimiento de una religión. Pero esta creación se realiza, como ocurre en los cuentos más disparatados de César Aira, a través de procedimientos acientíficos. Porque al igual que todos los cuentos aquí recogidos, recurre a un cientificismo apócrifo, ciencia ficción blanda que juega más con el fantástico y con un terror sarcástico que con la ciencia ficción dura. Otra pieza que se vale de elementos científicos poco rigurosos pero efectivos es Delicados pastos, historia en la que se plantea la superación de la muerte a través de la creación de consciencia digitales que pueden ser implantadas en otros cuerpos. La ironía está, en esta alegoría de ciencia ficción, en esbozar un mundo en el que el dinero lo es todo, por lo que muchos tendrán que conformarse con implantar sus consciencias en efímeros cuerpos de palomas o pelícanos. 

Pero el relato que más se acerca a lo fantástico es La frontera. Un cuento, que evoca a Vian, y que juega con el lirismo de la melancolía y el recuerdo idealizado, los viajes en el tiempo y la posibilidad de quedar atrapado en el vacío.

En todas estas historias somos testigos de cómo la tecnología promete un futuro fallido. La ciencia es un sueño del que despertamos empapados en sudor y rodeados de un terror inaplazable. Luchan los antihéroes de estas historias por ser aceptados en vano, por volar hacia el sol con alas de cera. Luchan por incorporarse a un mundo que va demasiado rápido y que no indulta a nadie. Quizá el lector llegue a esbozar alguna sonrisa con estos cuentos. Pero sin duda, esta sonrisa se volverá amarga al final, y al contrario que la Historia, la farsa devendrá tragedia.