Jodido pero contento

El país de las 200.000 muertes anuales evitables

Cada vez que ocurre una matanza, definida como al menos cuatro asesinatos, sin contar al perpetrador, en un plazo de 24 horas, la mitad de la sociedad norteamericana se echa las manos a la cabeza lamentándose de que no haya más controles para la compra y posesión de armas de fuego

Ilustración de Enrique Carmona.

Ilustración de Enrique Carmona.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Si hay algo que no falta en Estados Unidos, son fuentes estadísticas fiables. Y una de las más lúgubres es la de las muertes causadas por armas de fuego, más de 40.000 al año, a las que se unen los fallecidos por sobredosis de opiáceos, una epidemia nacional con más de 100.000 muertos solo en 2022, de difícil comprensión desde un país, como España, que tiene unos 700 fallecidos anuales atribuibles a dicha causa. A eso yo sumaría la casuística mortal por accidentes en la carretera. Mientras que en España no llegan a 2.000 anuales, en Estados Unidos se acercan a las 50.000 (con siete veces más población, hay veinticinco veces más muertos por la misma causa). De hecho, si se juntan las tres estadísticas, nos salen más de 200.000 muertos atribuibles a fenómenos característicos de un país, Estados Unidos, que tiene una renta per cápita un 40% superior a la española. Esa mortandad ‘evitable’ explica en parte la diferencia en esperanza de vida entre los norteamericanos y los españoles: de 77,27 años para lo varones estadounidenses a 81,35 en España. Es todo un espectáculo cuyas causas merecen la pena ser comentadas.

Empezando por la posesión casi indiscriminada de armas de fuego. Cada vez que ocurre una matanza, definida como al menos cuatro asesinatos, sin contar al perpetrador, en un plazo de 24 horas, la mitad de la sociedad norteamericana se echa las manos a la cabeza lamentándose de que no haya más controles para la compra y posesión de armas de fuego. En un país dominado por un lobby con el sugerente nombre de Asociación Nacional del Rifle, lo que pide esta mitad de la población no llega de ni largo a las prohibiciones vigentes en la casi totalidad del mundo civilizado. Por el contrario, se limitan a pedir restricciones en la venta de armas ‘de asalto’, auténticas máquinas de guerra, y de los cargadores que permiten multiplicar el número de víctimas sin el más mínimo esfuerzo por parte del asesino. La batalla por una limitación efectiva de la venta y posesión de armas de fuego, ya se dio por perdida hace mucho tiempo por parte de esa mitad de la población. La otra mitad, por otra parte, se agarra a sus armas como si de su mayor posesión se tratara. Con más de 393 millones de armas disponibles para una población de 330 millones de habitantes (concentradas en su mayor parte en un 10% de individuos armados hasta los dientes), no es de extrañar que cualquiera al que se le va la pinza, como a mucha gente en algún momento de su vida, tenga a huevo matar a un puñado de congéneres inocentes cuya única culpa es haberse cruzado en el camino con este gilipollas pertrechado con un AK-47.

Desde luego que los 28 incidentes de este tipo, con más de 180 muertos en la primera mitad de este año, no explican el alto número de muertos por armas de fuego , pero es un síntoma más de una sociedad podrida por el dinero del lobby armamentístico, que contribuye con sus fondos a las campañas de cientos de congresistas y senadores norteamericanos en cada ciclo electoral. El tamaño del número de víctimas solo se explica por dinámicas sociales fuertemente enraizadas en las estructuras de esa sociedad, empezando por el fenómeno urbanístico que relegó a los ciudadanos afroamericanos (los negros, para entendernos) a las partes más degradadas de las ciudades, con la población blanca y sus trabajos de cuello blanco, emigrando rápidamente a los suburbios residenciales que desde aquí admiramos y copiamos. Ese fenómeno contribuyó de forma imparable al declive de los núcleos urbanos, especialmente en el Medio Oeste en y los Estados del Sur. El ‘dream home’ de las familias americanas, con sus ‘backyards’ para las barbacoas y sus ‘frontyards’ para aparcar el buga y lucir un césped más verde que el del vecino, fue alimentada por otro de los mayores lobbies norteamericanos, en concreto la NAR (National Association of Realtors), que contribuyó a popularizar el ‘sprawl’, la extensión casi infinita de chalets idénticos. 

Los barrios negros se convirtieron en una peligrosa trampa para la policía norteamericana, que ha desarrollado por instinto de supervivencia, un gatillo rápido, al igual que los miembros de las bandas de traficantes que se disputan los territorios exclusivos para la venta de droga

Mientras que aquí nos preocupamos por la penosa estadística de una mujer muerta a la semana por violencia doméstica, allí son decenas las que caen abatidas por un marido borracho con un arma a su alcance. O a la inversa. De hecho, la delincuencia está tan geolocalizada, que el mayor éxito en el combate contra el crimen en algunos lugares de Estados Unidos se ha conseguido utilizando herramientas de geolocalización dotadas de un algoritmo predictivo, como en Minority Report.

Un capítulo aparte merece el tema de las muertes por sobredosis de opiáceos. Lo que empezó con la popularización de un medicamento para el dolor promovido agresivamente por una farmacéutica sin escrúpulos, cuyos responsables tuvieron que pagar fuertes compensaciones al colectivo de víctimas y a los propios Estados, ha terminado con una crisis masiva de sobredosis por fentanilo importado de China vía México, que cuesta más de 40.000 muertos al año, básicamente jóvenes de raza blanca que habitan poblaciones rurales. El fentanilo es una droga mucho más potente que la heroína, y su potencia invita a cortarla con los productos más espúrios, en la seguridad de que el consumidor seguirá consiguiendo el subidón que busca desesperadamente. Nada que ver con el famoso caballo o la metanfetamina de Walter White en Breaking Bad, básicamente fórmula para recién nacidos comparada con el fentanilo.

Dentro de este contexto, las muertes por accidentes de carretera parecen algo secundario, pero para los muertos no tiene ninguna relevancia la distinción. Al igual que con las armas de fuego, el problema está en la accesibilidad. El coste del permiso de conducir en Estados Unidos está por debajo de 100€ y solo tienes que tener 18 años y pasar un examen teórico y otro práctico muy poco exigentes optar a la licencia. 

Y, por supuesto, no tienes que pagar una academia. Para mucha gente es una imperiosa necesidad utilizar el coche cada día para desplazarse al trabajo y, como vemos en las películas, puedes comprar un coche usado por un puñado de dólares, aunque esté en un estado deplorable. En parte es una consecuencia del modelo urbanístico que he comentado antes y, sobre todo, de la ausencia casi total de una red de transporte público barata y eficiente como la que existe en Europa y en España en concreto. 

En conclusión, los orígenes son diversos, pero todas las fuentes de mortandad evitables se suman para dibujar una fotografía siniestra de un país devastado.

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