360 grados
Entre el estupor y la indignación
Si el periodismo se convierte en mero servidor, y renuncia al tradicional, y cada vez más necesario, papel de controlador del poder político, la democracia está en peligro
Joaquín Rábago
He seguido desde la distancia geográfica entre el estupor y la indignación la polvareda levantada en este país por el hecho de que una periodista de un medio público acusara de no decir la verdad al líder de la oposición, al que estaba entrevistando.
Un ex ministro del PP con dilatada experiencia internacional salió en defensa de su líder y se permitió afirmar que una cosa así no ocurre en ninguna otra parte, lo cual es no ya «incorrecto», palabra utilizada por la periodista para rebatir al político al que entrevistaba, sino «absolutamente falso».
En Alemania, por ejemplo, en cuya capital escribo estas líneas, rebatir las declaraciones de un político si éste no dice la verdad ,o insistir cuantas veces haga falta en la pregunta si aquél se sale, como suele ocurrir, por la tangente, es lo más habitual.
Como lo es también que los políticos participen en mesas redondas ante las cámaras con personas de la sociedad civil, por ejemplo, de los movimientos ecologistas, y tengan que contestar pacientemente a sus posibles críticas.
Pero más preocupantes aún que las declaraciones de los políticos del principal partido de oposición en defensa de su líder, resultan las críticas de ciertos periodistas a su colega, Silvia Intxaurrondo.
Estamos demasiado acostumbrados en este país a un tipo de periodismo cortesano, por un lado, pero también, por otro, al que sólo cabe calificar de descaradamente partidista y muchas veces mendaz.
Que una profesional haga bien su trabajo, lleve bien aprendido el tema sobre el que va a preguntar a un dirigente político, del partido que sea, debería ser lo normal y no, como parece a juzgar por la polvareda levantada, la excepción.
Y ello no sólo en la televisión pública, sino también en las privadas, en las que, por desgracia, el espectáculo y la bronca con demasiada frecuencia prevalecen sobre la objetividad informativa.
Pero ambas cosas -bronca y espectáculo- parece que ayudan a aumentar la audiencia y por tanto a ganar dinero, que es de lo que se trata.
Si el periodismo se convierte en mero servidor y renuncia al tradicional ,y cada vez más necesario papel de controlador del poder político, la democracia está en peligro.
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