Zihuatanejo

Gálvez

Si Antonete Gálvez hubiese sido originario de tierras más respetuosas con su historia, tendría museos, plazas, libros y hasta alguna película

Antonio Gálvez Arce, conocido como ‘Antonete’

Antonio Gálvez Arce, conocido como ‘Antonete’

Miguel de Capel

Miguel de Capel

Estos días, releyendo la prensa regional, me ha llamado la atención una noticia sobre el cantón de Cartagena. El pasado 12 de julio se cumplían 150 años desde su proclamación. Hecho que se conmemoró por los cantonalistas, con un izado de bandera al amanecer, en el castillo de la Atalaya.

Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se me ha ocurrido traerle al lector a colación la figura de Antonete Gálvez. Personaje que, si en lugar de haber nacido en Torreagüea, donde, por cierto, su casa se está cayendo a pedazos, hubiera sido originario de otras tierras más respetuosas con su historia, tendría museos, plazas, libros y hasta alguna serie o película.

Y es que el personaje lo merece. Antonete, que fue labrador, político y revolucionario murciano, pasa por ser una de las figuras más destacadas (si no, la que más), del republicanismo federal de finales del siglo XIX.

Los padres de nuestro paisano eran labradores. Siendo Antonete muy joven, tuvo que abandonar la escuela para trabajar en la huerta con su padre.

Después de algunos escarceos en política, de la mano del partido progresista, y de una pequeña sublevación en Murcia en 1843, estuvo a cargo de la compañía de milicianos nacionales de Torreaguera, comandada por su propio padre. Su figura tomó protagonismo cuando llegó la revolución de 1868, ‘La Gloriosa’, que tuvo especial preponderancia en Cartagena. Antonete, al frente de sus milicias de Torreagüera, interceptó a las tropas realistas cuando se retiraban de la Trimilenaria.

En octubre de aquel año, acantonó a sus milicianos en Beniaján, y asaltó un tren cargado de munición. Se refugió en la Sierra del Miravete, de donde huyó hacia Argel, y de allí a Orán, una vez desvanecida la resistencia por las fuerzas gubernamentales. En Orán conoció su condena a muerte por un tribunal militar.

En marzo de 1870, se decretó la amnistía que permitió el regreso a España de los revolucionarios implicados en el primer pronunciamiento republicano federal. Por lo que Gálvez regresó a Torreagüera.

En 1872, se decretó una ‘quinta’ para mantener las posesiones coloniales. Los sectores más progresistas murcianos abogaron por la proclamación de la república federal y la abolición de las quintas. Y Gálvez, ¿cómo no?, acaudilló una nueva revolución, apoyando a las clases populares que ansiaban la supresión de las quintas. Gálvez se volvió a echar al monte con sus milicias para, desde ahí, marchar sobre la ciudad de Murcia en una audaz acción militar.

El 14 de julio de 1873 se proclamó el Cantón Murciano de Cartagena, al que, obviamente, nuestro personaje se unió. El Gobierno consiguió reprimir la insurrección en toda España, menos en Cartagena. La ciudad departamental consiguió resistir el asedio del general Martínez Campos, gracias a la defensa de la ciudad y al apoyo de la marinería, a la que nuestro personaje convenció. Gálvez tuvo que volver a hacer frente a un nuevo exilio en Orán, y a una nueva pena de muerte, que le fue conmutada para volver a luchar contra la epidemia de cólera, que estaba arrasando a la Región.

Una personalidad como Gálvez no podía vivir una vejez tranquila. Así es que, con 67 años, volvió a protagonizar una nueva insurrección republicana. La sublevación del castillo de San Julián en Cartagena.

A nuestro héroe todavía le dio tiempo, entre revolución y revolución, a ser diputado por Murcia en el Congreso en las elecciones de mayo de 1873, y concejal del Ayuntamiento de Murcia en los últimos años de su vida.

Antonete Gálvez murió en 1898, y su entierro se convirtió en una tumultuosa demostración de cariño popular. Pero no fue hasta un siglo después, cuando el Ayuntamiento de Murcia le concediera la distinción a título póstumo de hijo predilecto de Murcia.

Suscríbete para seguir leyendo