Campoamor en otros días (I)

Campoamor, en los sesteros, olía a praderas de césped recién cortado y a mar. La extinta y pacífica playa de La Barraca (hoy puerto) recogía el griterío de los más jóvenes, debido a la tranquilidad de sus aguas

Carmen Polo, esposa de Franco, en su visita a Campoamor a mediados de los 60.

Carmen Polo, esposa de Franco, en su visita a Campoamor a mediados de los 60. / Archivo TLM (foto coloreada)

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

El almirante Luis Carrero Blanco disfrutaba pintando bodegones con naturalezas muertas en sus escapadas al espartano apartamento que poseía en la Dehesa de Campoamor. Un apartamento sobrio, con escasos muebles, todos de estilo castellano, en el que destacaban el escay rojo de un único e incómodo sofá y los colores ocres de sus cuadros, que junto a un almanaque caducado de la Unión Española de Explosivos, decoraban las blancas paredes del piso en el edificio Diez Picos. Lo frecuentaba en escasos fines de semana y escapadas a lo largo de todo el año. La escolta de quien fuera presidente del gobierno era parca, se limitaba a una pareja de la Guardia Civil, tocados con el tradicional tricornio, capote y armados de naranjero. Custodiaban la entrada al edificio en las frías noches invernales, subidos a una llamativa motocicleta Sanglas 400, con sidecar de fabricación nacional. Como medida excepcional de seguridad, Carmen, la portera, cerraba con llave la acristalada puerta trasera del inmueble. Carmen recibía como obsequio la mayoría de la obra pictórica del almirante tras sus visitas esporádicas a la bella y verde playa oriolana hasta su asesinato por ETA, en la madrileña calle de Claudio Coello, en aquel diciembre de 1973.

Campoamor, en los sesteros, olía a praderas de césped recién cortado y a mar. La extinta y pacífica playa de La Barraca (hoy puerto) recogía el griterío de los más jóvenes, debido a la tranquilidad de sus aguas. En su orilla gustaba de rasgar su guitarra de doce cuerdas el erudito Manuel Muñoz Zielinsky interpretando románticas baladas en las noches de luna llena

Antonio Tárraga Escribano, padre y promotor de la urbanización, recorría a diario las empinadas calles que él creara, vigilante impenitente de su magna obra. Lo hacía primero a bordo de un 600 y posteriormente en un Simca 1000 fabricado por Eduardo Barreiros en aquellos finales de los sesenta. Pepe, el electricista, lo hacía igualmente en otro destartalado 600, poniendo antenas de televisión aquí y allá, hasta que vino a mayores al abrir su espléndido ‘Bazar’. Alma inquieta de esos días fue también Enrique Andrés-Vázquez (Quique para los amigos), organizador de las verbenas estivales que, en un sin parar, adquiría farolillos, bandas para las reinas y pulía detalles para aquellas exitosas veladas inolvidables en la explanada de La Barraca. Lo observaba con curiosidad en la distancia la única autoridad municipal existente. Personaje ilustre éste guardia al que dieron en llamar ‘El Gallina’, el que gastaba negro bigote (muy mejicano) y botas altas para conducir, con estilo muy personal y garbo, su motocicleta Roa, en la que dejaba ver sin recato un Colt en su cartuchera, envuelto en un plástico transparente, con el fin de evitar la oxidación del mismo por el efecto de la brisa marina.

El almirante Pedro Nieto Antúnez seguramente emprendería nuevas rutas marítimas desde la alta terraza de su vivienda, sobre cartas marinas y notas de sextante. 

El general Camilo Alonso Vega, junto a su esposa doña Ramona, se solazaba en las mañanas bajo el toldo de la playa de Barranco Rubio, quizás recordando cuando entró victorioso en Murcia en aquel abril de 1939 al mando de IV Brigada de Navarra, siendo interrumpido en sus recuerdos por los empalagosos saludos de Adolfo Suárez, entonces director de RTVE, que seguramente buscaba a Jesús Navarro Fontes, para que le prestara la escopeta con la que tirar al plato en las tardes de pinada. 

Allí, dónde se reunía el Campoamor más ‘in’ de aquellos años. (Continuará)

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