El Prisma

Intolerancia en Murcia: razonablemente tolerables

En Murcia existe la posibilidad de que Vox entre en el Gobierno de la Comunidad Autónoma. Si eso ocurre, tampoco supondrá un retroceso hacia el medievo

Una persona de la organización tapa a Rocío Saiz con una bandera arcoíris durante su recital en Belluga. LA OPINIÓN

Una persona de la organización tapa a Rocío Saiz con una bandera arcoíris durante su recital en Belluga. LA OPINIÓN

Pablo Molina

Apesar de que una vez mandaron al hospital a un consejero del Partido Popular tras romperle el pómulo a puñetazos y de que grupos de radicales, animados por la ultraizquierda, hayan tratado de impedir por la fuerza actos políticos convocados por Vox, yo no me atrevería a decir que vivimos en una región intolerante. Todo lo contrario, lo que distingue a esta tierra es su hospitalidad y la cordialidad en el trato que se le dispensa a todo el mundo, como corresponde a una sociedad civilizada. Lo otro son hechos excepcionales que no pueden elevarse a categoría política, por mucho que llamen la atención cuando se producen.

En ocasiones ocurren también situaciones grotescas, como la paralización de un espectáculo musical por orden de la autoridad porque la cantante se ha sacado las tetas. Es francamente difícil que, a estas alturas de la historia, alguien pueda sentirse escandalizado por unos pechos femeninos, pero los enredos legislativos son tan endiablados y la fronda leguleya en vigor tan intrincada que vaya usted a saber si la interfecta no estaba contraviniendo algún artículo legal o la disposición adicional de un oscuro decreto de los miles que cada año infestan el BOE. Pero, de nuevo, es un exceso hiperventilado creer que esa chorrada demuestra que Murcia es un lugar en manos del fascismo.

La izquierda tiene la piel extremadamente delicada. Por eso puede mandar a apalear a los asistentes al mitin de un partido rival, pero si ocurre una anécdota como la del concierto musical pro-LGTBI pone el grito en el cielo e insulta a todos los murcianos por retrógrados, machistas y ultraderechistas. Y por no saber votar, claro, que ahí está el origen de todo.

Tras 28 años de mandatos ininterrumpidos de la derecha, no parece que los derechos de los ciudadanos, sea cual sea su orientación sexual, religiosa o política, estén siendo menoscabados con oscuras intenciones. En cuanto a las minorías, cuya protección de derechos es el primer deber de una democracia, no parece tampoco que estén sufriendo un estado de opresión insoportable. O, al menos, no en mayor medida que en cualquier otro lugar de España, que es nuestro marco de referencia geográfico y político.

Todo ello no oculta que queda mucho camino por recorrer para que los integrantes de la comunidad LGTBI vivan en plenitud y públicamente la igualdad que les reconocen las leyes. Es una cuestión de evolución de la sociedad, que avanza al margen de lo que decida en cada momento la clase política, por fortuna para todos.

La salida del Gobierno de Sánchez y sus ministros podemitas parece haber encendido las alarmas de los detentadores de las esencias democráticas, como si la llegada de un nuevo Ejecutivo fuera a desencadenar una especie de apocalipsis. Nada de eso ocurrirá, obviamente, pero es un señuelo para tratar de disimular el porrazo electoral que le vaticinan al sanchismo todas las encuestas. 

En Murcia existe la posibilidad de que Vox entre en el Gobierno de la Comunidad Autónoma. Si eso ocurre, tampoco supondrá un retroceso hacia el medievo en derechos de las minorías. Se trata, simplemente, de que manejarán una parte del presupuesto público unos políticos que no gustan a todos. Que es, precisamente, otra de las virtudes de la democracia como sistema político, que mande quien mande no puede vulnerar derechos de otros porque la Constitución y las leyes lo prohíben.

Si somos más o menos intolerantes que la media española es algo que tiene que ver más con nuestra manera de ser y no con la coyuntura política. Los políticos, al contrario de lo que ellos creen, no mandan tanto.

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