Mamá está que se sale

Frivolidades de millonarios

No está bien hacer ostentación de tus riquezas y que el resto del mundo vea en qué caprichos extravagantes te gastan los cuartos, mientras hay gente pasando hambre. Ya sé que con su dinero pueden hacer lo que les venga en gana, faltaría más, pero a esa expedición de aficionados, en esas condiciones que luego se han revelado tan temerarias, le veo un tufo de ordinariez de nuevo rico

El sumergible 'Titan'.

El sumergible 'Titan'. / OCEANGATE

Elena Pajares

Elena Pajares

Hace varios días que ya no se habla tanto del ‘Titan’, ese artilugio poco menos que casero en el que se metieron unos millonarios ociosos para darse el capricho de ver el Titanic de cerca. Lo que hay que oír. 

A esas profundidades de más de cinco mil metros no hay ya prácticamente vida animal, ni vegetal. Si habláramos de subir esa misma distancia, pero en tierra firme, sería como si quieres subir al Mont Blanc. A nadie se le ocurriría subir en globo.

Y quizá sea yo sola, pero me repele esa exhibición de mal gusto que supone gastarse más de doscientos mil euros por barba en semejante extravagancia. 

Al hilo de esto, he recordado lo que contaba mi padre de que, en la época de la posguerra, mi abuela no les dejaba salir a la calle a jugar con los niños del barrio comiéndose un bocadillo. Sus hermanos y él protestaban, porque querían salir cuanto antes y no perder tiempo de juego. Les parecía un desperdicio de tarde comerse la merienda en casa. Con el tiempo entendió que mi abuela lo que no quería, era que salieran a la calle con una flauta de pan, ni dulce ni salado, por respeto a todos aquellos pobreticos que no tuvieran qué llevarse a la boca. Siempre que lo cuenta me llama la atención, porque cuando habla de su niñez lo hace en el contexto de una vida de carencias. Se ve que, dentro de la miseria general que había entonces, ellos eran de los afortunados que podían merendar. 

Pues yo digo lo mismo de estos ricachones del Titan: No está bien hacer ostentación de tus riquezas y que el resto del mundo vea en qué caprichos extravagantes te gastan los cuartos, mientras hay gente pasando hambre. Ya sé que con su dinero pueden hacer lo que les venga en gana, faltaría más, pero a esa expedición de aficionados, en esas condiciones que luego se han revelado tan temerarias, le veo un tufo de ordinariez de nuevo rico, de ostentación descarada, que a ratos no sé si en realidad lo que han sufrido no ha sido la misma maldición del propio Titanic, ese que «ni Dios podría hundir», y que se fue a pique en dos horas, durante su primera travesía. Por supuesto no me alegro, pero no dejo de pensar en el tremendo ejercicio de prepotencia que ha sido la aventura del Titan.

Desde luego, no son los primeros millonarios con gustos caros. Otros hace poco han hecho un viaje al espacio, y hasta hay quien tiene su asiento reservado para irse a Marte. Pero el hecho de meterse en un artilugio, que no ha pasado los controles de seguridad externos, para bajar a ver un barco hundido, me parece la cosa más tonta, y la ocurrencia más absurda que me puedas decir. Y desde luego un derroche y un alarde de prepotencia muy importante.

Lo que ha venido a continuación, ha sido la resaca después de la desgracia. Porque, como buenos millonarios, no se iban a montar allí sin firmar unas buenas pólizas de seguros. Serían estrafalarios, pero tontos no. A mí me llamaba mucho la atención que se les buscara por tierra, mar y aire. Tú sabes que se han perdido barcos, o aviones, y ese despliegue tan bestial no se ha montado. Sin ir más lejos, los pobreticos de las pateras, a los que no busca nadie. Hasta que caí en la cuenta de que no les buscaban por ningún afán humanitario, sino que eran las compañías de seguros las que dispusieron lo que hiciera falta con tal de que aparecieran los del Titan, vivos o muertos. Esas mismas compañías que un poco antes se frotaban las manos, pensando que habían engañado a unos nuevos ricos caprichosos, y un rato después se veían haciendo frente a tener que pagar las cantidades contratadas. 

Nada, cosas de ricos. Nosotros mientras tanto, viendo todo ese despilfarro desde nuestra cocina. Está claro que siempre ha habido clases.

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