Al cabo de la calle

Deshumaniza, que algo queda

Ilustración de Nana Pez.

Ilustración de Nana Pez.

Pedro J. Navarro

Pedro J. Navarro

Cuando Vox habla de los menas como un grupo de menores extranjeros a eliminar de nuestras ciudades y pueblos, yo veo a Said, que llegó a Murcia en busca de un futuro y ahora es el responsable de una vivienda de acogida de Cáritas. Said recibe y acompaña a nuevos chavales que estudian y tratan de encontrar un empleo para enviar dinero a casa, a Marruecos, Argelia o Senegal. Veo a un ser humano que podría ser mi hijo y que, por el mero hecho de serlo, tiene dignidad y derechos, por lo menos a la vida, a una vivienda, a la educación y a un trabajo digno

Cuando alguien de Vox se refiere a estos menores extranjeros no acompañados de una forma tan impersonal, pretende despojarles de esa humanidad que toda persona posee de manera intrínseca. Cuando alguien alcanza un acuerdo político con Vox se embadurna de las mismas convicciones y odios que derrama este partido por doquier en sus discursos y proclamas. Por cierto, un partido que nace del seno de este que ahora lo necesita para recuperar alcaldías y gobiernos regionales.

Donde hay una ecologista, Vox ve una ‘ecolojeta’. Donde hay una feminista, sea mujer u hombre, da igual, Vox ve una feminazi. Donde hay una ministra de Igualdad, Vox solo ve una mujer objeto y sumisa al padre de sus hijos. Donde hay un criterio científico sobre la crisis climática, el uso de vacunas o la desigualdad social, Vox solo ve una nueva religión apoyada en la Agenda 2030

Eliminar al diferente, a quien se sale de lo que para Vox es la verdad y la naturaleza según sus designios, es el destino universal de quienes se sienten dueños de la razón y lo correcto. Quien le ríe las gracias, lo justifica o se apoya en sus políticas para alcanzar el poder al precio que sea es, cuando menos, cómplice de sus postulados. Todos sobramos. Todos vivimos en el engaño. No profesamos su religión, sus creencias, sus principios. Esto es fascismo. Sí, es fascismo, con todas las letras. Y quien descansa en Vox apuntala una manera de ver el mundo que excluye a quien no comulga con sus axiomas.

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social. Un enfado generalizado que dirige sus dardos hacia dianas que no cuestionan el sistema como tal. Es más, lo centran en el diferente: el extranjero, el rarito, los colectivos vulnerables, en la intelectualidad que genera rechazo, en quienes profesan una religión que no sea la mayoritaria (eso sí, siempre y cuando la mayoritaria no cuestione las injusticias) y para eso tienen a muchos predicadores en la COPE, telepredicadores y tertulianos por doquier. Y por si le faltase algún enemigo al que robarle la dignidad humana, siempre les quedará Pedro Sánchez, como antes trataron de linchar a Zapatero o a Rubalcaba, incluso al propio Felipe González. De lo que se trata es de deshumanizar al rival, convertirlo en un muñeco de feria al que se le pueden lanzar todo tipo de bolas, y no de trapo, precisamente.

Pero ese proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas pierden, o son despojados, de sus características humanas no solo está en manos de entidades como Vox y quienes le jalean con mayor o menor intensidad, como muchas organizaciones empresariales, clérigos, corporaciones de derecho público y miembros de la judicatura, el Ejército o de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Cuando estamos tomando un aperitivo en una terraza o paseamos por la calle y se cruza alguna persona reclamando unas monedas y no somos capaces de mirarle a los ojos, estamos invisibilizándola. La convertimos, casi sin saberlo, en bultos que deambulan por la vida con la dignidad por los suelos. Las personas empobrecidas siempre han molestado un montón. Enturbian las conversaciones, nos recuerdan que el supuesto éxito en la vida es discrecional, pero es el triunfo para clasificar al personal entre quienes lo han logrado y los que no se lo merecen. Viva la aporofobia.

Desde el mismo instante en el que descalificamos a la persona diferente, a quien nos concuerda con nuestros cánones de pensamiento, religión, visión del mundo o no sigue los colores de nuestro equipo de fútbol, estamos despojándole de las únicas vestimentas que no ha necesitado comprar en este mercado limitado en el que hemos convertido a nuestro mundo. Luchar contra la deshumanización o, mejor dicho, trabajar por la humanización, se convierte en una tarea a conquistar.

Suscríbete para seguir leyendo