Luces de la ciudad

El ladrón del tiempo

Oscar Wilde afirmaba que la falta de puntualidad es el ladrón del tiempo, y razón no le faltaba, el tiempo es oro y nos lo dejamos robar o lo robamos impunemente, provocando estas esperas inútiles

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Dicen las malas lenguas que los españoles somos unos ‘vivalavirgen’, que vivimos tranquilos y despreocupados y que no le damos excesiva importancia al tiempo, motivo principal por el cual nunca somos puntuales. Resulta difícil rebatir esta teoría, no tanto en sus argumentos como en su conclusión, porque la realidad es que, por unos motivos u otros, y en términos generales, la puntualidad no es una de nuestras principales virtudes.

Puede que el arraigo social de esta práctica en nuestro país, la impuntualidad, nos haga creer a muchos de nosotros que llegar tarde a una cita no supone un incumplimiento de ninguna de las normas básicas de la buena educación, los minutos de cortesía que se dice. 

Según la encuesta elaborada por la app Wave Application, el 64% de los españoles reconoce que siempre llega tarde y, aun así, curiosamente, nueve de cada diez declaran que siempre les toca esperar, principalmente a los amigos o a la pareja. Sin embargo, cuando se trata de una reunión o entrevista de trabajo, ahí no fallamos. La misma encuesta refleja que también intentamos ser puntuales en las bodas, las citas amorosas o el médico.

De todas formas, mal parados saldríamos, si nos comparamos con países como Alemania, cuya percepción de la puntualidad equivale a llegar diez minutos antes a la cita, o Corea del Sur, donde llegar tarde es considerado como una falta de respeto, un insulto. Ahora bien, también hay países más impuntuales que el nuestro, y aunque no sé si servirá como consuelo, en Malasia, por ejemplo, si alguien te dice que tardará cinco minutos en llegar, significa que llegará con una hora de retraso.

Es evidente, por tanto, que las costumbres sociales varían según las culturas y los países. Y en concreto, respecto a la puntualidad, existen algunas prácticas que son genuinamente españolas, sí, sí, «muy españolas y mucho españolas». Ahí está, sin ir más lejos, ese modo de quedar sin fijar una hora precisa: «nos vemos esta tarde», «nos vemos después de cenar», pero coño, ¿qué hora es «esta tarde» o «después de cenar»?, se preguntaría cualquier extranjero, pues eso para cada cual la suya; o utilizar argumentos como «tardo cinco minutos» cuando aún te estás vistiendo, o «estoy llegando» y tal vez, ni has salido de casa; o el colmo de la impuntualidad premeditada, cuando de camino a un evento o una fiesta a la que estás invitado piensas: «espera un poco no vayas a llegar el primero». En fin, lo dicho, made in Spain.

A pesar de todo, hay voces críticas con esta permisividad como la del economista, académico y presidente de honor de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, Ignacio Buqueras, quien considera que, «La puntualidad debería ser para todos una irrenunciable exigencia ética. Nadie tiene derecho a hacer esperar a nadie. Debemos ser puntuales y exigir a los demás que lo sean. La puntualidad expresa compromiso y responsabilidad». 

Oscar Wilde afirmaba que la falta de puntualidad es el ladrón del tiempo, y razón no le faltaba, el tiempo es oro y nos lo dejamos robar o lo robamos impunemente, provocando estas esperas inútiles. Tal vez un poco más de planificación, un levantarse más temprano, un mirar más el reloj…, ayudaría a mantener vigente esta conveniente norma de cortesía. Aunque, puede que hasta que un día no perdamos uno de esos trenes que pasan una sola vez por la vida, precisamente por llegar tarde, no conozcamos el verdadero significado de la puntualidad.

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