Rosa María Medina, número 2 del PP de Lorca, se corta el pelo y lo dona al cáncer

Lucía hasta hace apenas unos días una larga melena que cortaba prácticamente a ras. Y aunque lo hacía por una buena causa, la primera vez que se miraba al espejo no podía evitar que una lágrima se escapase de sus ojos. No lo hacía de tristeza por haber perdido la cabellera que ha lucido los dos últimos años, sino porque recordaba a aquella amiga que fallecía después de una lucha encarnizada contra una enfermedad que la obligaba en el final de sus días a llevar una peluca, efecto secundario de la quimioterapia. Entonces, la edil del PP de Lorca, Rosa María Medina, dijo que no se cortaría el pelo hasta conseguir el tamaño suficiente para donarlo a la asociación del cáncer para hacer pelucas para las enfermas. Pasadas las elecciones, con el tamaño necesario, se lo cortaba y cumplía la promesa que se hizo.

En relación a los posibles pactos de gobierno entre PP y Vox, habida cuenta de que los Gobiernos de coalición no nos traen nada bueno, lo que quizá correspondería formalizar, tras conocer los resultados electorales habidos en las cincuenta capitales de provincia, sería plantear, donde fuera necesario para ambos partidos, serios y muy formales acuerdos para esta legislatura, pues atan menos tales acuerdos que la posibilidad de llegar a ellos teniendo ambos dos las obligaciones que se derivarían de un Gobierno común (véase todo el conjunto de Gobiernos PP-Cs y el del actual Gobierno de la nación). Así, de esta manera, si el PP no contara con el apoyo de Vox, Guadalajara, Palma, Toledo, Burgos, Castellón, Valencia y Cáceres caerían en poder de las izquierdas. No habría nada que hacer en diecinueve capitales como las de Cataluña, País Vasco, Galicia, así como en Pamplona, Soria, Jaén, etc., y así hasta diecinueve. Para los veinte restantes, sin problemas para el PP: cuenta con mayoría absoluta en todas esas capitales de provincia. Dicho lo cual bajo la lógica de que gracias a Vox, donde fuere posible, se impida gobernar a las izquierdas.

Un poquito de relax, por favor, que la vida ya nos trae suficientes problemas como para que suframos uno añadido sin necesidad. Pido a los políticos que nos ofrezcan una campaña electoral sin acritud, sin esos histriónicos enfados, sin esas acusaciones inventadas, sin esos supuestos agravios, porque esto no es un teatro, un espectáculo, esto no es Masterchef. Esto es sencillamente democracia, la forma civilizada en que elegimos a nuestros representantes en los poderes públicos para que gestionen el dinero que ponemos entre todos para poder tener unos buenos servicios públicos. Es el ejercicio del derecho a la libertad de elegir. No es una tortura. Es una ventaja que tenemos respecto a otros países que, por desgracia, disfrutan de menos derechos. Y si hace calor el 23 de julio, pues no pasa nada. Y si tenemos previstas unas vacaciones, tampoco, porque se puede votar por correo. De verdad que no entiendo que la derecha esté basando ahora su precampaña en el descontento por la fecha de las elecciones. ¿No tienen nada más que decir? Sus ideas, proyectos o programas, por ejemplo. Digo yo.

Hace casi dos siglos de la publicación en la revista El pobrecito hablador del artículo de Larra de ese título. Daba cuenta de una praxis indolente y moratoria del funcionario con ventanilla que hoy se suele dar por enterrada en la historia. Sin embargo, el fondo o buqué de las cosas se resiste a cambiar, renaciendo bajo nuevas formas. Puede que el entorpecimiento y la demora en tiempo de Larra fueran menores de los que hoy ocasionan una normativa prolija y extenuante, la dispersión de competencias entre administraciones, la capacidad de enredo que los procedimientos ponen en manos del funcionario remiso a resolver y la falta total de responsabilidad por los retrasos. Aunque sea casi un clamor que la situación va a peor, el asunto no tiene peso en las ofertas de los partidos. Sería bueno medirlos por lo que al menos prometan o proyecten al respecto, pero en general ni lo hacen.

Una vez, oí decir a mi admirado Pérez-Reverte que el auténtico murciano lleva en su ADN la pasión por la sangre frita. Y debe de ser cierto, porque anoche cuando el camarero que nos servía nombró la sangre frita entre los platos que nos ofrecía, me dio una alegría y un subidón por todo el cuerpo. A pesar de las protestas de las mujeres que componían el grupo –¡eso es una bomba de colesterol! ¡una comida impropia de gente civilizada! ¡ una asquerosidad!…-, por una vez logramos imponer nuestra voluntad y nuestra murcianía, y conseguimos que pusiesen un plato de ese manjar en el centro de la mesa. ¡Disfrutamos como vampiros!