Las fuerzas del mal

Gónadas benditas

Enrique Olcina

Enrique Olcina

Esta semana nos ha ocupado la tragedia de cinco personas que han muerto en un pequeño submarino visitando el pecio del Titanic. Estoy casi seguro que si voy a la lista de clientes de OceanGate, que era la empresa que gestiona el Titán, el nombre del pequeño sumergible que ha implosionado en lo profundo del océano, la mayoría de ellos serán hombres.

Lo de millonarios lo doy por supuesto y señalo lo de hombres porque se necesita una clase especial de arrojo e inconsciencia para explorar los límites, un yo si que lo valgo de manual de L’Oreal. Es cierto que sin ese arrojo estaríamos varios estadios más atrás en la civilización, y quizás con un planeta menos en peligro.

El caso es que el pecio del Titanic ya estaba ahí y ya había sido descubierto, ya hay imágenes y documentales que lo muestran. A no ser que vayas a llevar ahí una ouija de última generación no le veo mucho fuste a pagar por descender, y menos aún en un prototipo sin contrastadas medidas de seguridad.

Que está muy bien tener dinero a espuertas y hacer lo que se le medie a tus santos cojones si no molestas a nadie, ni rompes nada y luego lo dejas todo como está, pero dejar afligida esposa y madre lamentando lo necio que fuiste yendo tú y llevándote a tu hijo, como hizo uno de los pasajeros, no me parece una bonita forma de posteridad. Peor, eso sí, es tener que aventurar tus magros caudales por una vida mejor lejos de las costas de Libia y acabar en dos profundas simas a la vez, la del Mediterráneo y la de la irrelevancia de este primer mundo, que percibe como más interesante el trágico destino de los ricos y poderosos. Siempre ha sido más atrayente el fusilamiento de los zares que las miles de vidas perdidas en la I Guerra Mundial que dieron lugar a esos fusilamientos.

Y es que tienen los santos cojones, la expresión hecha carne de la voluntad del varón, generalmente heterosexual, pero que lo maricón no te quita lo machista tampoco, un aura de misticismo adorada por el resto de varones que lo alaban y, cuando esa voluntad se descarría o se contraria, lo disculpan y explican, dejándonos a los demás con cara de cuadro, a los que hemos sufrido esos mismos santos cojones haciendo tolón tolón en esa misma cara, ahora asombrada. Feijóo ha dicho del candidato de Vox que ha tenido un divorcio difícil. Y por eso ha sido condenado, porque es que no se ha sabido controlar y ha acosado a su mujer y a su familia política, sin haber podido tripearlo, como si fuera una pataleta de un niño de cinco años pero con la mala baba de un adulto.

O los amigos de Sánchez, que están dolidos, en sus santos cojones, de que el discurso feminista haya dejado los paños calientes y los porfavor un poquito de lado, y están escandalizados, porque ya se sabe que la piel del escroto es, en el fondo, como los egos de los que cuelga, muy frágil.

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