Artes rupestres levantinos en el arco Mediterráneo de la Península Ibérica

La diferente plasmación de los convencionalismos temáticos y técnicos del arte levantino entre unas áreas y otras permite constatar la existencia de ciertos localismos

Principales grupos de arte levantino en la Península Ibérica

Principales grupos de arte levantino en la Península Ibérica

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Estimado lector, es posible que si ha seguido la andadura que comenzamos allá por enero, le sorprenda el título del artículo de hoy. Por eso, aclaremos desde un primer momento que, efectivamente, arte rupestre levantino, como horizonte gráfico prehistórico, solo hay uno. Entonces, ¿a qué responde este título? En anteriores capítulos de nuestro viaje, han sido varias las ocasiones en las que hemos aludido al Alto Segura como un área en la que el arte levantino presenta unas características particulares que lo diferencian del que podemos encontrar en otros territorios, aunque manteniéndose siempre dentro de las pautas generales que lo definen como estilo. Sucede, entre otros, con el alargamiento excesivo del cuerpo de muchas de las figuras humanas, el acentuado estatismo que, salvo excepciones, presentan tanto las representaciones humanas como las de animales, o la presencia de motivos excepcionales, sin paralelo alguno, como el toro del Coniveleto, que ya conocemos, u otros que nos ocuparán más adelante, como la magnífica cabeza de ciervo en plena berrea de Solana de las Covachas o, en este mismo lugar, un personaje sin parangón que nos permite proponer relaciones formales, quizá cronológicas también, con otras imágenes propias del estilo paleolítico, entre otras.   

Y esto sucede porque, si bien el arte levantino mantiene una comunión en los principales temas y en los procedimientos técnicos en todo el territorio en el que se desarrolla, desde Huesca y Lérida por el norte hasta el interior de Almería, Granada y Jaén por el sur, también es un hecho palpable que la plasmación de esos convencionalismos se hace de diferente manera en unos sitios y otros, dejando lugar para la existencia de ciertos localismos. Los detalles antes reseñados son propios del Alto Segura, en donde no vamos a encontrar, por ejemplo, algunos de los tipos de figuras humanas que son frecuentes en sectores más septentrionales, como los denominados modelos Civil o Centelles, por citar alguno, que sí ocupan los paneles de conjuntos de Castellón sobre todo. Tampoco vamos a documentar aquí cacerías tan dinámicas como las que vemos en el Maestrazgo de Castellón y Teruel, con arqueros cazadores lanzados en una frenética carrera detrás de los animales, o enfrentamientos armados en los que la actitud de los combatientes transmite muy bien la violencia del momento.

Así las cosas, a grandes rasgos podríamos diferenciar tres grandes áreas de implantación del arte levantino a lo largo de la vertiente mediterránea de la península ibérica. La zona meridional estaría ocupada por este grupo del Alto Segura, cuyos límites por el este encontraríamos en el altiplano de Jumilla-Yecla. Le seguiría hacia el norte el núcleo integrado por los conjuntos de Alpera y el interior de Alicante y Valencia, para terminar con el más septentrional, el conformado por los yacimientos de Castellón, de Huesca y Teruel en Aragón, y en Cataluña los de Lérida y Tarragona. No obstante, no debemos sacar la conclusión de que estamos hablando de compartimentos estanco, de ámbitos cerrados. Más bien al contrario, la permeabilidad entre estos grupos es la que garantiza la homogeneidad de todo el arte levantino en sus características esenciales, ya que los contactos entre ellos, utilizando los collados, valles y cursos fluviales como rutas de tránsito, debieron ser continuos, con el consiguiente trasiego de materias primas, de mantenimiento de relaciones sociales y también de intercambio de ideas.

Si nos centramos en el núcleo más cercano a nosotros, el del Alto Segura, estamos hablando de un territorio de unos 2.000 km2. En contra de lo que se pudiera pensar dada la notable extensión de terreno, la población de cazadores recolectores que lo habitó no tuvo por qué ser demasiado grande. La etnografía nos enseña que un área de estas dimensiones es perfectamente controlable por un grupo de menos de cien individuos, incluyendo niños y ancianos. Además, es más que posible que en periodos de condiciones extremas la población se disgregase en otros grupos menores para aprovechar mejor los recursos, volviendo a reagruparse en otras estaciones del año en las que las circunstancias fueran más favorables.

Y es seguro que, con cierta periodicidad, también se produjeron contactos a más larga distancia entre los pobladores de esos grandes núcleos que hemos delimitado. Ello explica, por ejemplo, la presencia de conchas de caracol marino Columbella rustica, procedente de la costa mediterránea, en asentamientos de cazadores recolectores del interior de Navarra. La zona del Altiplano murciano es un claro ejemplo de unos de estos espacios de contacto intergrupal, hasta el punto de que sus abrigos pintados están a caballo entre dos de esos núcleos principales. Mientras que las pinturas levantinas de Jumilla están muy próximas en temas y procedimientos técnicos a las del Alto Segura, las de Cantos de Visera de Yecla encajan mejor en el grupo de Alpera y del interior valenciano.

Estas reuniones periódicas son oportunidades idóneas para desarrollar rituales de agregación, a la vez que se erigen en ocasiones inmejorables para intercambiar productos y objetos o, incluso, para establecer alianzas matrimoniales. 

Seguramente también son excelentes momentos en los que realizar ricos ceremoniales con los que reforzar su identidad como sociedad.

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