Gorda

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Gorda, o la etiqueta a la que demasiadas mujeres, cada vez más jóvenes, deben enfrentarse cada día. Porque gorda, además de una condición, es un insulto, un doloroso improperio al que, además, hay que sumarle el desaliento personal del que no encaja en unos cánones impuestos bajo el yugo de la excepcionalidad de una sociedad que ataca y destruye a los vulnerables. Desprecio y humillación como manifiesto del rechazo, no se me ocurre nada más suculento para los vampiros de la autoestima que una adolescente con sobrepeso. 

Demonizar ya sabemos que es uno de los deportes favoritos para los que no practican el juego limpio. Tender la mano no entra en sus reglas, se llama crueldad y la ejercemos con el único propósito de ganar ante quien se siente diferente a lo que esperamos, sin tener ni idea de que atacar una característica física es sinónimo de imbécil, de esos que no tienen soporte en su alma y sí demasiada predisposición para un ataque dañino (entiéndase ataque dañino como la falta de educación). Aquí no valen rodeos ni andarse por las ramas cuando los datos son alarmantes: el sobrepeso es el factor de riesgo que más se ha incrementado en adolescentes (hasta un 45%) como causa de suicidio, y ofrecer herramientas psicológicas para combatir esta batalla queda ahora mismo demasiado lejos para un país al que no le duelen prendas cuando se recorta en Sanidad. 

Así que mejor seguimos fingiendo andar colmados de buenas intenciones y disfrazamos nuestra gordofobia con el recurso del humor soez que nos lleve por derroteros poco coherentes y alejados radicalmente de la orondez. Vamos a llamarle ‘humor negro’, que para eso conformamos una sociedad tiranizada por la obsesión de un aspecto externo, inalcanzable para la mayoría, gratuito para el que censura e impone su ley sin miramientos. 

Da igual si el problema es genético, médico, o es una elección estética , todos veremos en una persona con sobrepeso a un ser con ausencia de motivación bajo el prisma de la dejadez y la incuria. Discriminamos, presionamos, humillamos y excluimos a quien no cumple las expectativas de normalidad, con una facilidad pasmosa: invitándoles a ocultar sus kilos con disimulo, capas de ropa y vergüenza. 

Yo digo que basta ya, y estoy convencida de que usted también lo piensa. No hablo de convertirnos a golpe de barita en almas cándidas, defender la salud sin la necesidad de oprimir o ser verdugos también es una opción, ni siquiera haría falta escribir una letra como la de «you’re the one for me, fatty» (Morrissey) o marcarse una Skin & Bones (The Kinks). Bastaría un poquito de empatía, una pizca de aceptación y altas dosis de educación para no discriminar al que lo tiene jodido.  

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