Luces de la ciudad

¿Perfección?, ¿Qué perfección?

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Hoy me he levantado animado y con la autoestima por las nubes. El día promete. Me he mirado en el espejo y me he dicho: «¡Qué guapo eres, jodío!». Pero, claro, en cuestión de décimas de segundo este espejismo se ha desvanecido, y frente a mí, en el cristal, solo ha quedado la cruda realidad, o sea yo, tal cual. Mi autoestima se ha resentido.

Aun siendo consciente de que la belleza de una persona, o la atracción que esta pueda ejercer sobre nosotros, es una apreciación completamente subjetiva en la que no solo prevalece lo físico, sino otros muchos factores, me asalta una duda ¿quién establece las normas para que un hombre o una mujer nos parezcan bellos, guapos, vamos, un tío bueno o una tía buena? Es fácil deducir que las grandes marcas de la moda tienen mucho que decir al respecto, pero también los personajes que acaparan la atención de grandes grupos de seguidores: actores y actrices, cantantes, influencer…, sin embargo, la decisión final, siempre está en manos de la población. Un canon de belleza no es considerado como tal hasta que es aceptado por la mayoría de la sociedad.

Al parecer, para encontrar al pionero de la teoría del canon de belleza, tenemos que remontarnos hasta la Grecia antigua, en concreto hasta el siglo V a. C. cuando el escultor Policleto se basó en la simetría, la perfecta proporcionalidad, hasta constituir un todo, para determinar quién era o no hermoso. 

Probablemente, desde entonces y hasta nuestros días, para el ser humano seguir los cánones de belleza se haya convertido en una obligación obsesiva, adaptándose sin dificultad a los cambios sufridos por estos a lo largo de la historia. Desde las ya mencionadas simetría y armonía de los griegos antiguos; pasando por la tez blanca, las formas más redondeadas, manos y pies pequeños y un aspecto saludable en el Renacimiento; la aparición de las pelucas y el lunar negro pintado en el rostro, el hombre de aspecto afeminado y la mujer de cintura estrecha y frente muy redondeada en el Barroco; la imagen de mujer necesitada, frágil, desprotegida, con aspecto de tuberculosa, en la época victoriana; hasta la actualidad, donde, curiosamente, como una pescadilla que se come la cola, el canon de belleza regresa a la esencia de la Grecia antigua, es decir, la del culto al cuerpo.

A todo esto, tengo que reconocer que a mí el mundo de los guapos nunca me ha llamado la atención especialmente, quizá porque nunca he pertenecido a él. Al parecer, después de más de seis décadas de vida, no he tenido la ‘suerte’ de coincidir, en ninguna de ellas, con el canon correspondiente.

Y para más inri, ahora, una marca británica de lencería y trajes de baño recurre a la inteligencia artificial (IA), en concreto a una herramienta llamada ‘Midjourney’, para establecer quienes son las nacionalidades más bellas del planeta. El primer lugar del ranking, lo ocupan los indios, pero los de la India, no los del lejano oeste, seguidos de los estadounidenses, suecos, japoneses, canadienses…, a los españoles nos sitúa en el puesto catorce, por delante de los mexicanos y por detrás de los alemanes. No está mal, pero es su opinión, por mucha IA que sea.

Llegados a este punto, creo que lo mejor es asumir que somos como somos, con la nariz que nos ha tocado lucir, con esas orejas espléndidas, con nuestra altura y nuestro peso…, ¿perfección? ¿Qué perfección?

Suscríbete para seguir leyendo