Jodido pero contento

A siete años del referendum, los británicos abjuran del Brexit

Según una encuesta, un 80% de la población británica opina que el Brexit ha traído más perjuicios que beneficios

Ilustración de Enrique Carmona.

Ilustración de Enrique Carmona.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Estos últimos días, la prensa británica, y en concreto The Guardian, se han hecho eco de una encuesta elaborada por la asociación privada Best for Britain, en la que el 53% de los encuestados opinaban que el Reino Unido debería buscar una relación más estrecha con la Unión Europea, mientras que casi un 80% se apunta a la tesis de que el Brexit ha traído más perjuicios que beneficios, porcentaje que incluye una mayoría de los que votaron a favor de la salida. Por supuesto que esto no significa que los británicos vayan a revertir su decisión, expresada por una ligera pero inapelable mayoría de cuatro puntos porcentuales en el referendum que tuvo lugar por estas fechas hace siete años. Entre otras cosas porque el Partido Laborista, que mantiene una ventaja consistente en la encuestas de treinta puntos sobre los conservadores, ha renunciado de forma explícita a convocar un referendum de revocación.

Es cierto que la Unión Europea, ante la cerrazón de los tres primeros ministros que antecedieron al actual, Rishi Sunak, decidió no dejar ninguna puerta abierta que significara un premio más o menos encubierto al abandono de la Confederación. Las negociaciones se hicieron a cara de perro y el acuerdo final que establecía las nuevas relaciones entre Reino Unido y la UE se inició con mal pie, con un Boris Johnson anunciando que se pasaría por el arco del triunfo la necesaria implementación de una frontera interior entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Una frontera obligada con el fin de evitar la vuelta a la frontera física entre las dos partes de Irlanda cuya abolición formó parte de los Acuerdos de Viernes Santo, garantizados por Estados Unidos, que pusieron punto final a la Guerra civil norirlandesa. 

Después de un corto interregno en la que la sucesora designada por los miembros del Partido Conservador, Lizza Truss, estuvo a punto de destruir la credibilidad financiera del Reino Unido y arruinar el país con unos presupuestos radicalmente opuestos al sentido común, su sucesor parece haber vuelto al camino de moderación que inicialmente marcó Teresa May, antes de que el grupo de diputados 'eurófobos' la obligara a adoptar una postura más radical en las negociaciones de salida. Ese cambio, conviene recordarlo ahora, no le valió ni siquiera para mantenerse en el cargo ante las maniobras desestabilizadoras del populista y su sucesor a la postre Boris Johnson. La ventaja con la que cuenta Rishi Sunak aparte de una increíble mayor capacidad política que su fugaz antecesora, es que la credibilidad y el prestigio se los 'eurófobos' se ha deshecho como un azucarillo en un café caliente, ante las rotundas ineficiencias y la consecuente insatisfacción generadas por el Brexit. 

Estoy escribiendo esto precisamente durante una estancia londinense, una de entre las varias que disfruto anualmente por circunstancias familiares. El hecho de que sea tan difícil conseguir una tradicional tostada con auténtico aguacate (aquí parece imponerse un sucedáneo a base de legumbres) es uno más de las inconveniencias que los británicos sufren resignadamente en su día a día a la hora de ir al supermercado. La restricción agravada de los horarios en los tradicionales pubs -columna vertebral de la vida social- por la falta de mano de obra es otra. Por no hablar de la subida de los productos básicos -más pronunciada que en la UE- y el abandono de las exportaciones por miríadas de pequeñas compañías de todo tipo que medraron en el vivaz intercambio comercial que permite y fomenta un mercado sin restricciones interiores como el de la UE. Y eso que, al contrario que los magnates de la gran industria, agrupados en la Confederación de la industria británica, los pequeños y medianos fabricantes se dejaron seducir plenamente por los cantos de sirena del Brexit y su promesa de nuevos mercados en el ancho mundo, para acabar topándose de bruces con que ya no les compensa exportar en pequeñas cantidades a sus tradicionales clientes europeos a tiro de piedra en términos logísticos y aún no han encontrado a los que les suplanten en la India, Australia y Nueva Zelanda que están, como quien dice, «a la vuelta de la esquina». 

Precisamente estos días ha entrado en vigor el nuevo acuerdo comercial con las dos islas y antiguas colonias británicas ubicadas en las antípodas. Dos mercados accesibles solo en teoría. La realidad es que la lana y la carne de cordero, principales exportaciones de estos países a Gran Bretaña, competirán con la ganadería local, pero el coste de las manufacturas británicas a estos países será prohibitivo debido a la distancia y la competencia asiática. La puntilla de la mala percepción sobre las consecuencias del Brexit, la ha dado el Ministerio del Interior británico, anunciando una cifra récord de inmigrantes el año pasado. Es verdad que el Reino Unido ha retomado el control de quien entra por sus fronteras legalmente, pero eso no ayuda mucho a quienes consideran que la inmigración es algo malo de por sí, un porcentaje alto del público fuera de la capital Londres, que contribuyeron notablemente a la decisión de abandonar la UE. No querían más europeos continentales de los países del Este circulando libremente por su país, y a cambio abren las puertas a los ciudadanos de sus antiguas colonias asiáticas, caribeñas y africanas. Porque, y esto parece claro a quien conozca algo de la realidad británica, todo esto del abandono de la UE y la recuperación de su independencia comercial se hizo bajo el ensueño imperial de volver a una relación más estrecha con los países de la Commonwealth y así convertirse en cabeza de ratón de países en su mayoría subdesarrollados, en vez de ser cola del león que representa la UE, auténtico líder en el comercio mundial, por encima de Estados Unidos o China. Es como si España decidiera abandonar la UE para comerciar con más libertad con México, Argentina, Cuba o Guinea Ecuatorial, salvando las distancias. Pues eso y nada más que eso alimentó el Brexit: nostalgia del imperio mezclada paradójicamente con una profunda xenofobia. Así les va.

Suscríbete para seguir leyendo