El castillete

Hospitales aquí o armas en Ucrania

Estamos dispuestos a respaldar una guerra perpetua que no se puede ganar, ya que las armas de Occidente simplemente estarían evitando la caída del gobierno de Zelenski, nunca contribuyendo a expulsar a los rusos fuera de las fronteras ucranianas

Ilustración de Enrique Carmona.

Ilustración de Enrique Carmona.

José Haro Hernández

José Haro Hernández

Si no apoyamos a Ucrania, este país caerá en cuestión de días. Sí, preferiría gastar este dinero aumentando en bienestar de la gente, hospitales, escuelas... Pero no tenemos elección’. Éstas son las palabras literales que Borrell pronunció durante una entrevista en Euronews, y aunque las agencias de verificación aseguraron que se sacaron de contexto para difundir el bulo de que el responsable de Exteriores y Seguridad de la UE había afirmado que no se podía aumentar el dinero para hospitales y escuelas porque esos recursos los necesita el país invadido, lo cierto es que es eso precisamente lo que dijo: no podemos mejorar en sanidad y educación porque la prioridad es armar a Kiev.

Si algo ha caracterizado a Borrell es esa extraña mezcla entre cinismo y sinceridad que ha jalonado sus declaraciones desde que este lío empezó (allá por 2014, según el jefe de la OTAN). Así que en línea con manifestaciones anteriores, su incontinencia arrogante vuelve a quitar el velo que pretende ocultar la verdadera naturaleza de lo que pasa en aquellas atormentadas tierras del Este.

Veamos, en primer lugar, qué implica asegurar que Ucrania caería en pocos días sin el apoyo externo. Significa que estamos dispuestos a respaldar una guerra perpetua que no se puede ganar, ya que las armas de Occidente simplemente estarían evitando la caída del gobierno de Zelenski, nunca contribuyendo a expulsar a los rusos fuera de las fronteras ucranianas. Una sangría de décadas en la que los frentes apenas se moverían mientras la sangre corre a raudales en paralelo a los ingentes beneficios de la industria militar. 

El marco se completaría con una Europa instalada en la decadencia, al tener que dedicar una parte creciente de su presupuesto a saciar la voracidad del negocio armamentístico, a la par que se torna absolutamente dependiente de los intereses geoestrátegicos de EEUU, que ha demostrado, con la voladura de los gasoductos Nord Stream, no tener escrúpulo alguno en cometer actos terroristas contra infraestructuras estratégicas de sus socios si ello coadyuva al debilitamiento de todo el espacio que hay entre el Atlántico y Los Urales. 

Pero sostener que Kiev pende del hilo que suponen las armas, los mercenarios, la logística y la inteligencia militar de la OTAN, entraña, además, que existe una decidida apuesta por la escalada: conforme se acreciente la intervención rusa para romper el inestable equilibrio que se da en estos momentos en el campo de batalla, más intenso será el empeño del bloque atlantista en el mantenimiento de la posición de su patrocinado. Y no digamos si lo que se alienta es una suerte de contraofensiva de las tropas ucranianas que busque recuperar una parte significativa de los territorios ocupados. 

En cualquier caso, estamos ante una deriva de cronificación de las hostilidades, que es quizá lo que se busca desde Washington y Bruselas con el indisimulado objetivo de conseguir la inestabilidad de Rusia y la caída de su gobierno. Pero hete aquí que en los 15 meses transcurridos, y con la décima ronda de sanciones a Moscú asomando, su economía aguanta más que bien, habiendo incrementado los ingresos por exportaciones energéticas (también a la hipócrita Europa de las sanciones) y la producción militar industrial, de suerte que las fábricas rusas de armamento trabajan 24 horas al día y sin perspectiva de que les falten insumos. Al contrario de lo que le ocurre a su enemigo, que clama por más munición y armamento a unos aliados occidentales que no son capaces de cubrir esas necesidades, a no ser que reorienten drásticamente su economía en un sentido absolutamente militarista: los recortes presupuestarios anunciados por la Comisión Europea no afectarán al gasto militar.

Y aquí es donde Borrell nos ofrece, para parar a Rusia, cañones en lugar de mantequilla

Porque de eso se trata precisamente, de plantear esta tragedia en términos existenciales, a saber: no luchamos, nos cuentan, a miles de kilómetros de nuestras fronteras sólo por solidaridad con un país agredido, sino por nuestra propia supervivencia como conjunto de naciones libres, amenazadas por un peligro que viene de oriente, cuya perversidad intrínseca estaría avalada por la historia («Rusia es culpable»). 

Y ésta es la gran mentira: interviniendo en la matanza no nos estamos protegiendo ni estamos defendiendo la democracia en aquel país, corrupto y autoritario donde los haya (censurados Tolstoi y Dostoievski en la enseñanza). Al contrario: le tocamos las narices a una potencia militar y nuclear que no quiere un conflicto convencional con quienes hasta ayer mismo eran sus socios comerciales preferentes. Porque, además, tampoco puede permitírselo.

La razón de este chantaje de Borrell a partir de una falsa disyuntiva (si queremos continuar como democracias soberanas hemos de inmolarnos en el altar de la guerra), hay que buscarla en uno de los escenarios más clásicos y recurrentes de la historia: el de la traición. Nuestros jefes políticos han traicionado a sus pueblos y países como han venido haciéndolo, en gran medida, a lo largo de los tiempos. 

Es algo inherente a las clases dominantes, que siempre acuden al mejor postor a la hora de vender a su patria. En este caso, los beneficiarios de la felonía son el complejo industrial-militar (sobre el que ya advirtió Eisenhower) y los intereses estratégicos de un imperio en decadencia, el anglosajón, pero con una gran ascendencia sobre los próceres europeos. Algún día conoceremos qué tajada sacan los Borrell y Cia. de cambiar nuestras escuelas y hospitales de aquí por las armas de allí.

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