De cine

Adios, Indy

Con cada nueva acometida, no era capaz de dejar atrás el vértigo de la primera vez. Quizás sea esto lo más grande de Indiana Jones, su magia para parecer una obra insólita

Sean Connery y Harrison Ford en la película Indiana Jones y la última cruzada, 1989

Sean Connery y Harrison Ford en la película Indiana Jones y la última cruzada, 1989

Los quioscos han sido siempre un refugio para mi padre. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo dejándose una fortuna todos los fines de semana. Allí están las estanterías de su casa, al borde del colapso para atestiguarlo. Nunca le agradeceré lo suficiente la cantidad de mitos cinematográficos que fui descubriendo gracias a sus compras compulsivas. Creo que de todo lo que entró por la puerta del salón en aquella lejana infancia nada me impactó tanto como un coleccionable de grandes películas de la década de los 80 y 90. Aquella larga lista estaba repleta de títulos que aún vienen conmigo a cualquier parte: Robin Hood, La caza del Octubre rojo, Terminator 2, JFK. Eran, sin excepción, obras maravillosas.

De todas ellas mi preferida era, y sigue siendo, Indiana Jones y la última cruzada. Es muy posible que terminase fundiendo aquella pobre cinta después de varias docenas de visionados según datos contrastados con mis pacientes padres. De una sola tacada descubrí dos de las mejores cosas que me han sucedido en los kilómetros recorridos como espectador hasta la fecha. Por un lado, fue la puerta de entrada a ese universo de infancia y de criaturas alucinantes que es el cine de Spielberg. Yo jamás había presenciado una aventura tan palpitante, poblada de túneles secretos, nazis y caballeros medievales. Con cada nueva acometida, por mucho que conociese de memoria sus más íntimos detalles, no era capaz de dejar atrás el vértigo de la primera vez. Quizás sea esto lo más grande de Indiana Jones, su magia para parecer una obra insólita pese a haber acompañado a su protagonista hasta la prueba final un buen puñado de ocasiones.

El otro hallazgo fue Indy, uno de los héroes de mi vida. Hasta ese momento, mis dioses llevaban capa y sobrevolaban Nueva York, o tenían la forma de cualquier animalucho de Disney y campaban a sus anchas por algún pedazo de paraíso del estudio. Cuando me di de bruces con el personaje de Harrison Ford comprendí que estos hombres de otros mundos también podían ser de carne y hueso, que podían vestir sombrero y chupa de cuero, y salvar a la humanidad con un latigazo o una simple mirada. 

Pese a todos sus atributos, con Indy en pantalla uno tenía la sensación de que las cosas no iban a ir del todo bien. Su particular olfato atrofiado le había hecho perder cualquier sentido del riesgo. Lo veías respirando el mismo aire parsimonioso dando clases en la universidad o frente a un pelotón de soldados árabes con metralletas. En el extremo opuesto del tablero nos situábamos todos nosotros, su público, que seguíamos sus andanzas sin aliento, como si fuésemos una de esas palomas atemorizadas en la célebre escena de la playa donde nos quedó muy claro que «la pluma» era más poderosa que «la espada»

Indy también elevó la arqueología a lo más alto de la pantalla, sin lugar a duda, un territorio luminoso plagado de recovecos cinematográficos apasionantes. Para un niño de finales de los 80 ser arqueólogo era equivalente a pisar la Luna o a ganar una olimpiada en uno de aquellos veranos eternos en el Mediterráneo. Yo recuerdo pasear por la iglesia de San Francisco en Lorca en busca de una equis gigante en la esperanza de encontrarme con unas catacumbas romanas, o tropezarme con el Santo Grial en el cuarto oscuro que mis abuelos utilizaban como despensa. ¡Benditos tiempos! Las películas lo eran todo para nosotros.

Ahora ha llegado el momento de decir adiós a Indy. Su última entrega se presentó hace unos días en Cannes junto a la Palma de honor a Harrison Ford. Desde entonces tengo la extraña impresión de que no se trata solamente de la despedida de un personaje fundamental en la historia del cine. Siento que es un amigo íntimo el que se marcha, y la idea de no volver a salir en busca de nuevas batallas a su lado es devastadora.

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