La Feliz Gobernación
Compro, vendo, cambio
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Isabel de los Dolores Peñalver. / La Opinión
Hace años, hará probablemente una década o por ahí, fui invitado a dar el pregón de las fiestas de Albudeite. Me aplaudieron con cortesía. Durante la visita pude hablar con mucha gente e hice un tour por la localidad, cosa fácil en una tarde, pues es pequeña. A los pocos días publiqué un artículo sobre lo que había visto y oído allí, y a resultas del mismo me declararon persona non grata. Tengo, pues, el dudoso honor de, en el plazo de una semana, haber pasado de personalidad distinguida a individuo excluido.
Por supuesto, en aquel artículo no hice ninguna alusión despectiva a la localidad, sino que me limité a reproducir el ecosistema político en que se desenvolvía, que saltaba a la vista desde el momento mismo en que la reina de las fiestas era una hija del alcalde. Tirando de ese hilo, aparentemente anecdótico, se daba pronto con un sistema político endogámico, propio de un pueblo detenido en el tiempo, en el que cualquier leve variación en el censo hacía saltar las alarmas por si se desajustaba la previsión de los votos, identificados uno a uno según barrios, calles y familias. De hecho, cierta resistencia a una promoción urbanística del Grupo Trampolín, que pretendía construir un campo de golf que duplicaría las viviendas, no se producía por razones de sostenibilidad sino porque habría dinamitado la contabilidad previsible de las urnas, que permanecían en inestable equilibrio con la población autóctona.
Toda la información que recabé me vino sin buscarla, pues el sistema de funcionamiento no sólo era conocido por todos sino que se expresaba sin reserva y menos pudor, como se si tratara de algo normalizado y aceptado.
Algo debe haber cambiado en los últimos años, pues lo que venía siendo natural cadencia ha sido necesario restituirlo ahora mediante un forzado artificio, el de la supuesta compra de votos, que lleva al escándalo lo que siempre ha sido sistémico sin necesidad de retorcer la tuerca.
Hay muchas maneras de comprar el voto, no todas ilegales. Muchas se hacen con luz y taquígrafos: subastas con el presupuesto, promesas ad hoc, rebajas y pluses dirigidos a los caladeros más dispuestos... De hecho, casi cada mitin es una derrama. Pero habíamos leído en los libros de Historia que durante la República eran los señoritos y caciques los que compraban las papeletas, una a una, de los menesterosos. Que esto lo haga hoy la izquierda es una doble vergüenza, no me digan que no.
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